Robert Muggah y Carlo Ratti | La nueva utopía urbana de los autoritarios

Las ciudades libres rechazan normas urbanísticas, protección ambiental, derechos laborales y participación pública
En el ámbito de la formulación de políticas, pocas propuestas son tan radicales como las ‘ciudades libres’. Impulsadas por la élite tecnolibertaria de Silicon Valley y políticos como Donald Trump, buscan crear enclaves desregulados de innovación tecnológica. Sus defensores prometen menos burocracia, más innovación y solución a la crisis inmobiliaria. Sin embargo, en la práctica, podrían derivar en feudos corporativos desiguales, donde el poder reside en consejos empresariales, no en el electorado. Aunque se habla de libertad, la gobernanza democrática queda relegada.
Históricamente, las ciudades han sido laboratorios de reformas políticas y sociales. Desde la Atenas clásica hasta la Barcelona moderna, han liderado la innovación en participación y planificación. El reto actual no es construir ciudades nuevas, sino asegurar que fortalezcan la democracia.
La propuesta de Trump de crear diez ciudades libres en suelo federal tiene antecedentes. Deriva del concepto de ‘ciudad charter’ del economista Paul Romer, que fue reinterpretado por inversores como Sam Altman, Marc Andreessen, Brian Armstrong y Peter Thiel. Ven estas ciudades como plataformas para probar tecnologías como la IA y la biotecnología. Centros de análisis como el American Enterprise Institute y coaliciones como Freedom Cities Coalition promueven su expansión en tierras federales.
Ya hay intentos reales: Próspera en Honduras, financiada por capital estadounidense, operó bajo un régimen regulatorio propio antes de ser rechazada. En California, Andreessen lidera el proyecto California Forever, buscando crear una ciudad de 400.000 personas sin restricciones urbanísticas. El movimiento ‘seasteading’ de Thiel propone ciudades flotantes autónomas. En 2025, se anunció un enclave tecnológico en Groenlandia, criticado por su impacto ambiental y colonialismo implícito.
Más allá del urbanismo, lo que se discute es la soberanía. Balaji Srinivasan propone ‘estados en red’ gobernados por blockchain y comunidades virtuales. Curtis Yarvin impulsa ‘monarquías corporativas’ lideradas por directores no electos. Estas ideas reflejan hostilidad hacia la democracia, donde la ciudadanía es una suscripción y los derechos se vuelven opcionales.
La crítica a los gobiernos ineficientes sirve de cobertura ideológica. Las ciudades libres rechazan normas urbanísticas, protección ambiental, derechos laborales y participación pública, tratándolos como trabas que deben eliminarse. El resultado: no una nueva Atenas, sino una especie de Amazon, sin rendición de cuentas.
La historia advierte. Ciudades planificadas como Brasilia o Chandigarh han fallado en generar comunidades inclusivas. Las ciudades empresariales del siglo XX consolidaron desigualdad. Sin salvaguardas, las ciudades libres repetirán estos errores con un barniz digital. Sin embargo, las ciudades pueden seguir siendo motores democráticos. Desde Atenas hasta Barcelona, pasando por Christiania, Arcosanti, Viena o Taipéi, existen modelos alternativos de autogobierno, sostenibilidad y participación digital.
Los progresistas deben liderar el debate. Las ciudades libres pueden ser espacios de innovación democrática si se fundan en participación, derechos y bienes públicos. La disyuntiva es clara: privatización o democracia renovada. El futuro de la gobernanza está en juego.