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Mazzucato y Gernone | La IA debería ayudar a financiar el trabajo creativo

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Las demandas aumentan: el New York Times ha demandado a OpenAI; el Gremio de Autores también...

Los modelos de IA generativa se basan en el trabajo de innumerables personas. Detrás de cada respuesta hay escritores, músicos, programadores, ilustradores y otros creadores, cuyos contenidos fueron usados sin permiso ni compensación. Muchos hoy alzan la voz: en octubre de 2024 más de 10.000 artistas firmaron una declaración alertando que este uso no autorizado representa una amenaza a sus medios de vida. Meses después, los firmantes eran 50.000. En lugar de reforzar los derechos de autor, algunos proponen tratar el conocimiento creativo como un bien público, financiado colectivamente y accesible para todos, como las carreteras o la radiodifusión. Pero la información funciona como un bien público porque es difícil restringir su acceso y copiarla cuesta casi nada. Esto hace que los modelos de IA busquen datos donde puedan. Algunos informes dicen que ya han consumido casi toda la información disponible en Internet. La opacidad de los modelos impide rastrear qué datos específicos se usaron, lo que dificulta aplicar leyes de copyright. Aun así, los gobiernos se muestran reticentes a intervenir, temiendo frenar la innovación. Mientras, los contenidos generados por IA compiten directamente con los creadores humanos, provocando despidos y reduciendo la demanda de ciertos perfiles creativos. La indignación crece porque mientras los gobiernos apoyan a las empresas de IA, los creadores apenas reciben apoyo público. La infraestructura para IA también genera enormes costos ambientales; McKinsey estima que hasta $ 4,4 billones anuales y OpenAI prevé ingresos superiores a 12.700 millones este año. Mientras, la financiación pública para el arte sigue siendo mínima. En EE.UU., el Fondo Nacional de las Artes recibirá solo $ 210 millones en 2025, 0,003% del presupuesto federal. El primero implica fortalecer la protección del contenido, pero puede derivar en feudalismo digital, donde plataformas dominantes controlan el acceso al conocimiento y los creadores reciben muy poco. Además, las licencias individuales son impracticables por los altos costos de transacción. Limitar el acceso también marginaría a estudiantes, pequeñas empresas y creadores independientes. La segunda opción es crear un modelo público: financiar la producción cultural como se hace con la ciencia o la educación. Ejemplos exitosos incluyen la BBC o créditos fiscales al cine en EE.UU. Este modelo proporciona estabilidad a los creadores, promueve la innovación artística y enriquece la vida pública. Cada obra creativa puede impactar más al integrarse en sistemas automatizados. No obstante, el financiamiento a la cultura ha disminuido. Este desajuste debe corregirse si queremos sostener una economía creativa en la era de la IA. Una vía es gravar los ingresos brutos de grandes proveedores de IA y redistribuir esos fondos mediante subvenciones. Esto permitiría mantener el acceso a datos sin enredarse en microlicencias, garantizaría ingresos estables a los creadores, y beneficiaría al público con mayor acceso a la cultura. Cada vez que usamos IA, nos apoyamos en el trabajo de millones. La producción cultural ya es una especie de cooperativa global. Actualizar su modelo de financiación es urgente. La reescritura del contrato social puede venir por políticas bien diseñadas o por crisis. Pero llegará.