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Susan Thornton: Estados Unidos y China tienen que hablar

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En vez de arriesgarse a una humillación, lo más probable es que Xi no se reúna con Trump 

Estados Unidos y China están atrapados en una guerra comercial que se intensifica y puede provocar serio daño a sus economías e incluso poner en riesgo la estabilidad mundial. Desde que el presidente estadounidense Donald Trump anunció el 2 de abril aranceles “recíprocos” contra casi todos los socios comerciales de EE.UU. ambos países se han impuesto mutuamente gravámenes de tres dígitos que en la práctica crean un embargo comercial bilateral. 

La reserva de contenedores para el trayecto China-EE.UU. ya ha caído un 60 %, y se han cancelado pedidos de todo tipo de productos chinos. Cuando en cuestión de semanas los efectos de esta desaceleración se sientan en EE.UU., conseguir productos chinos será difícil para los consumidores y también para muchas empresas estadounidenses que los venden o utilizan como insumos. 

Como esos artículos no se van a producir en EE.UU. ni se comprarán a otros países en un futuro cercano, muchas empresas se verán en dificultades. Parece que la administración Trump se ha dado cuenta de la gravedad de la crisis inminente. El 22 de abril, el secretario del Tesoro Scott Bessent calificó de “insostenible” la guerra comercial sinoestadounidense, y una fuente anónima dijo que la Casa Blanca estaba dispuesta a reducir aranceles a China. 

Otros funcionarios relativizaron esos comentarios y dijeron que EE.UU. no iba a actuar “unilateralmente”. En condiciones normales, una situación así se prestaría a la negociación. Pero al parecer, las dos partes no pueden o no quieren hablar

El primer obstáculo para negociar fue la insistencia de Trump en seguir imponiendo aranceles antes de sentarse a conversar. Los chinos vieron esta actitud (no sin razón) como una extorsión. Un segundo problema es que el gobierno chino y la administración Trump tienen ideas muy diferentes respecto de cómo se lleva adelante un diálogo diplomático. 

La burocracia china es conservadora y se rige por el protocolo, mientras que a Trump le gusta llamar a sus homólogos y negociar en persona. Hay otras asimetrías institucionales que también dificultan las relaciones bilaterales. En China, el primer ministro y los vice primeros ministros se encargan de ciertos temas económicos y de gobierno; son funciones que no se corresponden exactamente con los secretarios del gabinete estadounidense. 

Los chinos han pedido a la administración Trump que elija a una persona de contacto con la que puedan negociar, pero la agenda comercial de EE.UU. con China está tan enrevesada y los objetivos declarados son tan amplios que el representante comercial estaría fuera de su elemento. La confusión es el mayor obstáculo contra las conversaciones comerciales bilaterales. 

¿Qué busca el gobierno estadounidense, generar recaudación, recuperar producción fabril, crear puestos de trabajo, resolver desequilibrios mundiales, reducir deuda estadounidense, reforzar la seguridad, frenar el ascenso de China o un poco de todo al mismo tiempo? ¿Trump quiere acuerdo o desacople? 

Si es lo segundo, China no tiene un buen motivo para negociar. Si es lo primero, Trump debería decir con claridad qué quiere, y ambas partes empezar a hablar con seriedad. Un embargo de facto sobre el comercio bilateral será devastador para las dos economías, así que los funcionarios deben hacer todo lo posible para resolver la situación. El atasco actual no beneficia a nadie.