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Desafío climático y desarrollo humano

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Además de las medidas que tomen las ciudades y de las promesas nacionales para alcanzar una neutralidad de carbono en las próximas décadas, los ciudadanos comunes deben adaptar sus estilos de vida.

En su autobiografía, el padre fundador de Singapur, Lee Kuan Yew, cuenta cómo el liderazgo y la determinación transformaron a una pequeña nación sobre un banco de arena en una metrópolis abierta, competitiva y próspera. En el último Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo el país se ubica en el puesto 11 de un total de 189. Pero cuando se ajusta el IDH para considerar las emisiones de dióxido de carbono y la huella material, cae 92 posiciones en el ranking. No hay ningún país que haya alcanzado un nivel alto de desarrollo humano con un uso reducido de recursos, y Singapur, al no tener prácticamente ningún recurso natural propio, importa casi todas las materias primas que necesita. El entorno natural no puede sustentar esta forma de crecimiento y desarrollo. La intensa presión que nuestros modelos actuales de desarrollo ejercen sobre los ecosistemas locales queda ilustrada en la pandemia de COVID-19. Un pequeño patógeno ha dejado al descubierto vulnerabilidades gigantescas y desigualdades groseras incluso en sociedades fuertes y prósperas, y los desequilibrios económicos y sociales reforzaron el daño infligido por la pandemia. En tanto la enfermedad se fue propagando, aprendimos que la acción colectiva necesaria para enfrentar semejante desafío se torna mucho más difícil cuando las divisiones domésticas y las rivalidades internacionales prevalecen sobre la solidaridad global. El desarrollo al estilo Singapur no es sostenible y tampoco es posible reformular el desarrollo como una compensación entre la subsistencia de la gente y salvar árboles. Ese es el argumento central en el nuevo Informe de Desarrollo Humano (IDH) del PNUD, que examina maneras nuevas o poco utilizadas de alcanzar bienestar humano y ambiental. Debemos alentar a los países a buscar la prosperidad minimizando su huella de carbono, aplicando conocimiento, ciencia y tecnología. El informe reinventa el futuro rol de los gobiernos y también reclama un sector privado social y ambientalmente responsable que considere que la naturaleza redunda en su beneficio, y que ayude a reformular normas e incentivos para la acción climática. Se destacan cuatro áreas donde adoptar medidas: 1) Las ciudades (85 % de la producción de energía y 75 % de las emisiones de CO2); necesitan allanar el camino para una renovación verde, poniendo precio al costo social del carbono, protegiendo espacios verde, plantando árboles y limpiando vías navegables y mares de la basura plástica que está devastando la vida marina. 2) Los ciudadanos comunes deben adaptar sus estilos de vida, reconsiderar qué es lo que más valoran, cambiar lo que consumen y cómo producen, se trasladan e invierten. 3) Inspirar en llamadas colectivas a la acción a inversores institucionales, grandes y pequeños, a financiar nuevas tecnologías verdes. El dinero privado debe equipararse al financiamiento público y estar afianzado por una eliminación de lagunas impositivas locales e internacionales y la erradicación de subsidios innecesarios. 4) Entender que la naturaleza no es nuestra enemiga. El IDH documenta 20 acciones costo-efectivas relacionadas con bosques, humedales y pastizales que pueden generar 37 % de la mitigación necesaria para mantener las temperaturas globales en un rango de 2°C respecto de los niveles preindustriales. En lugar de esperar pasivamente nuestro destino, utilicemos nuestro conocimiento, razón y capacidad de acción para establecer nuevos modelos de desarrollo y dar forma a nuestros destinos colectivos.