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Claudia Tobar Cordovez | IA: cuándo no usarla

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La IA se nutre de información pasada, pero la imaginación humana es la que se atreve a crear escenarios inéditos

“Quizás la verdadera revolución no está en perfeccionar las herramientas de inteligencia artificial, sino en recordar cuándo no usarlas”, reflexionó Gabriela Rocha, CEO de Laboratoria. Su frase, viniendo de alguien que lidera una empresa profundamente tecnológica, nos recuerda que el verdadero poder de esta revolución no está en la máquina, sino en la inteligencia de decidir cómo y cuándo integrarla en nuestra vida.

El riesgo está en la dependencia. Así como la calculadora debilitó nuestra agilidad mental en matemáticas básicas, hoy los modelos de lenguaje y asistentes de IA nos vuelven más rápidos y eficientes, pero al mismo tiempo pueden erosionar nuestra capacidad creativa para imaginar, resolver y desarrollar por nosotros mismos. Cuando la herramienta no está disponible, surge la inseguridad: ¿será suficiente lo que producimos sin ella?

Aún más delicado es lo emocional. Percibir una mirada, interpretar un silencio, entender el contexto más allá de lo explícito: estas son destrezas humanas que ninguna máquina puede reemplazar. Si ‘sobreusamos’ la IA para mediar en nuestras interacciones, corremos el riesgo de atrofiar esas habilidades emocionales que son, quizás, las más valiosas para liderar, educar y conectar en comunidad.

Lo mismo ocurre con la creatividad para resolver problemas. La IA se nutre de información pasada, pero la imaginación humana es la que se atreve a crear escenarios inéditos, combinar lo impensado y diseñar futuros que aún no existen. Esa capacidad cerebral fue la que hizo posible inventar la IA en primer lugar; perderla sería una contradicción histórica.

La pregunta entonces no es solo cómo usar la IA, sino cómo fortalecer en paralelo aquello que nos hace únicos. Estrategias de pensamiento creativo, ejercicios de inteligencia emocional, espacios de reflexión colectiva: estos pueden ser los verdaderos diferenciadores del futuro. Porque la revolución tecnológica más importante no es la que nos reemplaza, sino la que nos recuerda todo lo que aún somos capaces de hacer sin depender de la máquina.