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Sentido común

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Si queremos darle forma y uso a esta última clase de sentido común, debemos empezar a discutir cómo construir las bases materiales y culturales necesarias, sin importar quién gobierne

El sentido común, concepto frecuentemente usado por muchos y odiado por algunos tantos, puede ser separado en tres categorías que nos ayudarán a discernir entre lo útil y lo despreciable que hay en él.

Primero está el más común de estos sentidos, el de la pura costumbre. Tan personal como comunitario, tal vez por ser tan humano, es la serie de cánones incoherentes que nuestra mente va codificando de manera semiconsciente a través de nuestros años formativos. Las reglas consagradas con amenazas, los impulsos cristalizados en hábitos y las observaciones del mundo que nos rodea se van convirtiendo en verdades apodícticas, evidentes por hacerse parte de la identidad que reconocemos en el espejo de la consciencia. En esta forma es casi análogo con la tradición, aunque interpretado con distintos matices individuales, y como esta, puede terminar siendo la constancia de la virtud o la obstinación del mal.

Luego está un esfuerzo consciente, colectivo y dirigido hacia el exterior: la disputa por el discurso dominante. Aquí no nos encontramos con un fenómeno natural como el anterior, sino con una estratagema política. Distintas agrupaciones intentan imponer ciertas ideas como axiomas que solo podrían ser repudiados por los estúpidos o los malvados. A veces son ciertos economistas con curvas simplistas y obsoletas, en otras ocasiones son demagogos equiparando libertad con anarquía. Pero siempre son de temer.

Finalmente está el tipo de sentido común que puede ayudarnos en la construcción de una sociedad mejor. Como el primero, toma su fuerza de la costumbre; como el segundo, es un esfuerzo por imponer una idea. Sin embargo, no es ni incoherente ni faccioso. Es el tan elusivo “plan país” del futuro y a la vez es la serie de normas que garantiza una mínima forma de convivencia social en el presente. Solo el consenso lo puede hacer posible, construido desde la confianza y el libre acuerdo de todas las partes.

Si queremos darle forma y uso a esta última clase de sentido común, debemos empezar a discutir cómo construir las bases materiales y culturales necesarias, sin importar quién gobierne. Un noble reto que aceptar.