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Vamos, pastores, vamos

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Llega la Navidad, pero todavía hay muchas mesas que estarán vacías, camas frías y techos graves, tal vez más que en el año anterior. Tal y como la primera Navidad.

Un espíritu gozoso vuela grácilmente por el mundo y toca suavemente a Guayaquil. Los árboles se elevan, desde el Policentro hasta el Malecón, y coloridas luminarias aparecen encima de las calles. Las pequeñas sociedades, clubes y empresas, y las pequeñas comunidades de amigos, parientes y vecinos preparan sus celebraciones disputando fechas y cuotas mientras van desempolvando ornamentos. Las iglesias entran en un período de preparación en su año litúrgico y sus templos se vuelven a llenar por el empuje sutil de la costumbre y quién sabe si también de la conciencia.

Llega la Navidad, pero no significa lo mismo para todos. Su sentido religioso, aunque irrenunciable como convicción y como proclamación al mundo para los creyentes, hoy en día es solo una de muchas facetas de una festividad popular en una sociedad cada vez más laica. Una sociedad laica que no ha sabido colocar un mensaje trascendental en el corazón de esta fiesta, un fracaso que también podemos adjudicarle a los religiosos. En su ausencia, la producción y el consumo son la mayor preocupación de todos los sectores. Los afectos familiares y las amistades, que cada vez ocupan menos espacio en nuestra vida diaria, son suplantados por pequeños gestos navideños, regalos que absorben más tiempo en ser comprados que en ser entregados o compartidos.

Llega la Navidad, pero no alcanza igual a todos los corazones. Escuchamos sermones sobre la Sagrada Familia y vemos hogares felices en la publicidad, pero pocas familias idílicas quedan entre nosotros, si es que alguna vez las hubo. Muchos hogares yacen quebrados por el desinterés o el abuso, mientras que otros se mantienen artificialmente unidos por las amenazas de hombres convertidos en bestias por su privilegiado egoísmo. Otros más, verdaderamente unidos, pero colapsando en sus bases por el peso de padres o hijos que sienten que tienen el derecho a ser servidos por el resto, incluso en las fechas donde supuestamente celebramos el servicio y el amor.

Llega la Navidad, pero todavía hay muchas mesas que estarán vacías, camas frías y techos graves, tal vez más que en el año anterior. Tal y como la primera Navidad.