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Morir en retirada

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Hemos dejado que la corrupción y la cobardía nos separen

Con justicia nos quejamos en el Ecuador de que nuestros líderes no conocen la realidad de la gente. Pero no debería sorprendernos cuando ya ni la gente se conoce entre sí. A los ecuatorianos nos separan cada vez más la polarización política, las barreras de clase y la desintegración social. Si los representados vivimos así de separados, ¿qué podemos esperar de nuestros representantes?

Lo peor es que esta situación no es algo nuevo. Es casi como que si contemplando la inmortalidad del cangrejo, los ecuatorianos hubiésemos decidido imitarlo y caminar hacia atrás hasta volver al siglo XIX, una época llena de corrupción, caudillismo y violencia. Esos tiempos fueron marcados por la profunda separación de un país al borde del desmembramiento. Las provincias proclamaban sus jefes supremos, las guerras civiles estallaban con cada crisis y a veces parecía que íbamos a ser devorados por nuestros vecinos.

Con el tiempo eso cambió, y aunque seguimos siendo un país inestable, la tecnología y la lenta democratización nos fueron uniendo. El ferrocarril, las carreteras y los aeropuertos fueron acortando las distancias. El sufragio fue llegando a los barrios populares y a los campos, y detrás vinieron los caudillos, integrando al país alrededor de la vida política. El comercio movió a la gente, la migración interna redibujó al país, el padrón creció y los partidos se multiplicaron. Pero ya sabemos que la historia no termina ahí.

Ahora ya no hay ferrocarril, las carreteras se pudren y los nuevos aeropuertos están vacíos. Hay baches y huecos por todos lados, excepto en los bolsillos de algunos contratistas. Los campos y los suburbios existen fuera del Estado, en manos de las pandillas y de sus socios civiles y uniformados. Hasta las mismas ciudades que alguna vez crecieron con la integración hoy se desintegran. Los que logran prosperar huyen a los valles y las urbanizaciones, porque ya nadie aspira a recuperar las calles de sus padres. Ya nos rendimos y estamos en constate retirada.

Hemos dejado que la corrupción y la cobardía nos separen. Corremos, cada vez más solos, pero por este camino tarde o temprano nos encontrará todo eso de lo que huimos.