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Maniqueísmo sangriento

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Desnudan el poder, lo desatan y nos muestran a un monstruo, igual que sus enemigos

El mal no existe, es simplemente la ausencia del bien. Al menos así lo entienden los agustinos y muchos otros pensadores. Sin perdernos mucho en las alturas de la filosofía o la teología, puede ser positivo aterrizar esa visión en la historia y política del Ecuador y las naciones.

La política es una confrontación constante entre distintas fuerzas y visiones. Para que podamos convivir en paz y el sistema democrático funcione, hay que aceptar que ninguna es perfecta, o al menos que ninguna puede estar perchada permanentemente en el poder. Pero eso es muchas veces imposible y la competencia pacífica se detiene de golpe o degenera en violencia. Es en esas circunstancias cuando cometemos el grave error de elevar al bien o al mal a iguales al momento de identificamos con las posturas políticas.

No debemos confundirnos. No es que está mal decir que hay políticas malas y que debemos combatirlas, sino pensar que el bien y el mal compiten en términos iguales. Si son iguales y el mal es violento, es más fácil justificar la violencia de los buenos. Y entonces dejan de ser buenos. Si el bien y el mal están en una carrera en la misma pista, se puede pensar que deben competir por los mismos medios. Y así los buenos se hacen tramposos. O más bien, dejan de ser rectos.

Y entonces, ¿qué nos dice esto de la política ecuatoriana?

Ya más de una vez hemos visto a políticos montándose sobre el reclamo ciudadano de limpiar la justicia por un supuesto clamor para meter ellos mismos la mano en la justicia. Hoy uno de esos episodios parece que nos va a salir caro. También vivimos muchas veces pronunciamientos y golpes que terminaron en dictaduras para evitar el desorden, como en los 70, pero que solo resultaron en romper con el orden constitucional. Y el precio se pagó en sangre. También sangrienta ha sido la lógica de quienes, viendo el rompimiento de la ley desde las protestas callejeras, quiebran las leyes más sagradas de la patria y la humanidad.

Así terminan destruyendo todo bien para supuestamente defenderlo. Se pierden imitando el vacío y van arrancando sus partes. Desnudan el poder, lo desatan y nos muestran a un monstruo, igual que sus enemigos.