Columnas

El eterno año electoral

Querida campaña, tan temprano te fuiste y tan temprano regresas. Parece que nunca nos dejaste. No así tus amigos, los partidos y los planes de gobierno, que llegan tarde detrás de ti y se largan rápido por delante.

No es solo un problema ecuatoriano el que parezca que estamos bajo un estado permanente de campañas y precampañas, y nos ayuda que no tenemos los complejos ciclos electorales de otros países. Mucho influye en todo el mundo la evolución de los medios de comunicación y las redes sociales que generan una demanda infinita de noticias y escándalos para llenar muros y coberturas activos 24 penosas horas al día y dolorosos días a la semana. Pero algo distingue al Ecuador.

En este país la campaña permanente acapara todo tipo de participación. Poco interés hay para hacer política y acción cívica desde el pensamiento o el activismo fuera de la lógica de los intereses y términos del oficialismo y la oposición. Y los propios partidos entran en breve hibernación entre ciclos electorales, para luego volver a sacar las banderas y los kits y entrar a los barrios. Ahí se activan las militancias, aparecen los adherentes, salen las figuras importantes a pasear. Terminada la elección, todos se esconden, para volver a mostrar la cara cuando se empiece a discutir la siguiente lista de candidatos.

¿Por qué nunca se acaba el tiempo electoral? No pueden ser solo las malas costumbres o la falta de clases de cívica, como les gusta insistir a algunos. Es que en el Ecuador nunca ha habido condiciones para ser ciudadano, sino solo votante. Para ser votante hay un feriado disponible y pocos requisitos. Para ser ciudadano y salir de la lógica electoral hace falta tener el tiempo, la formación y los recursos necesarios. Hacer activismo, participar en los partidos, investigar y comunicar problemáticas más allá de lo coyuntural cuesta mucho. Cuesta dinero.

Mientras en el Ecuador la mayoría de las personas tenga que dedicar todo su tiempo y sus escasos recursos a sobrevivir, y ni siquiera vivir, no podremos invertir en construir otros caminos para la expresión política. Esa es también la trampa del subdesarrollo, el laberinto del eterno año electoral.