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Devotos del imperio

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Ojalá sepamos restar y dividir para separar las blasfemias de los beatos y su historia, tan mentirosa como el drama infantil de cierta izquierda, de lo valioso que hay en la fe de muchos y en la herencia cultural de nuestros pueblos.

En estos años se ha puesto de moda promover proyectos políticos contemporáneos a través de las disputas sobre la moralidad de viejos imperios y naciones. Carentes de propuestas populares para la administración de la economía y el Estado, derecha e izquierda se vuelcan a las disputas identitarias para movilizar a los votantes, que muchas veces ya se sienten naturalmente alineados con ellos.

Uno de los ejemplos más notorios es el movimiento hispanista, que enarbola la bandera del imperio español y de sus ínfulas de catolicidad política y religiosa para invertir perversamente las narrativas históricas de sus enemigos. Hablan impúdicamente de los sacrificios humanos de los aztecas y la expansión de los incas para convertir a la Conquista en una liberación de nuestros pueblos y robarle el discurso emancipador a la izquierda.

Sabiendo que largas exposiciones sobre la Leyenda Negra cautivarán a pocos, prefieren esconder los horrores de la colonización, muchas veces ya entendidos como crímenes en sus tiempos, tapándolos detrás del cuento de una época precolombina dominada por la barbarie.

Ellos, nostálgicos por el pasado, románticamente conservadores y reaccionarios a ultranza, quieren decirnos que es el progresismo la fuerza retrógrada, añorante por un pasado salvaje, y desean volverse ellos los paladines del progreso. La guerra es por Occidente, exclaman, y los movimientos indígenas y antiimperialistas buscan deshacer la llegada de la civilización occidental y sus bondades.

Partiendo de eso se dedican a la suma y a la multiplicación de miedos. Proclaman que los indigenistas y progresistas son parte de una gran conspiración junto a esos comunistas que imaginan escondidos detrás de cada partido reformista o bienestarista y de toda organización defensora de los DD. HH. Son ellos entonces nuestra única salvación y sus caudillos derechosos el único voto posible del hombre de bien y de Dios.

Ojalá sepamos restar y dividir para separar las blasfemias de los beatos y su historia, tan mentirosa como el drama infantil de cierta izquierda, de lo valioso que hay en la fe de muchos y en la herencia cultural de nuestros pueblos.