Columnas

Bomberos pirómanos

Queda en el comandante de los bomberos decidir si los pirómanos se quemarán solos, para por fin echarlos, o dejar que lo quemen a él y terminen por chamuscar a todo el país

Gobernar el Ecuador es tener que apagar un incendio tras otro. Esta situación no es nueva, pero algunos bomberos han contado con más agua que la mayoría de sus colegas. Esa agua que les ha llegado a chorros, lloviendo amarilla como el banano sobre los campos o fluyendo negra como el petróleo por los oleoductos, no ha servido más que para contener el fuego, porque jamás lo han podido apagar.

Peor aún, ninguno de los matafuegos de la Compañía N.1 ‘Invertebrados’ de Carondelet se ha preocupado mucho por prevenir el retorno de las llamas, seguramente por lo costoso que sería montar toda esa operación. Mejor les resulta tirar un chorrito de subsidio por allí y un balde de prebendas por allá, para así poder llenar sus piscinas con el resto del líquido, aquí o en Miami.

Sin embargo, los bomberos despreocupados por el país o desordenadamente preocupados por su propia liquidez no han sido nuestro único problema. De cuando en cuando nos toca lidiar con pirómanos, enamorados de las llamas y humaredas, que le lanzan combustible (¡en esta economía!) a cada incendio que se topan. Me temo que algunos se han atrincherado en el cuartel.

No hay otra forma de explicar por qué nos salen con tanto humo. Ante cada nuevo incendio, en vez de acudir con bombas de agua nos tiran bombas de humo: que Correa conspira, que Nebot calla, que el calor real está en la macroeconomía (que viene a ser los balances nada más) y tantas otras cortinas, que entre más recicladas resultan más translúcidas. Esto, claro, si no prefieren llegar con un bidón de gasolina.

Recientemente han decidido volver a abrazar su espíritu vulcánico y encender más las llamas. Vinieron a decir, con unas torturadas y cambiantes matemáticas por prueba, que el paro nacional fue producto de la influencia del narcotráfico. Con esto quisieron dar a entender que la Conaie es un brazo de los narcos. Los bomberos olvidan que están sentados en la misma mesa que ellos, estrechándose las manos y negociando.

Se van a quemar. Queda en el comandante de los bomberos decidir si los pirómanos se quemarán solos, para por fin echarlos, o dejar que lo quemen a él y terminen por chamuscar a todo el país.