César Febres-Cordero Loyola | Julio María Sanguinetti y la política biliar

¿Dónde están ese parlamento y esos partidos que nos hubieran podido servir como avenidas de diálogo?
El paro más largo. El paro más débil. Un paro que resulta en tres muertes y muchas otras vidas deshechas, y un paro que deja heridas históricas reabiertas, debe ser descrito antes que nada como una tragedia y, después, como un síntoma grave, que por su recurrencia ya es señal de un malestar crónico.
Ante el constante resurgir de esa dolencia, las recetas que proponen la mayoría de nuestros políticos parecen ser peores que la afección. Dejar que un colectivo con un historial de malos resultados en sus intentonas electorales y un carácter marcadamente étnico y regional dicte términos a un gobierno legalmente constituido sería abandonar el camino democrático. Pero permitirle a un presidente reñido con la ley y con su propio programa de gobierno aplastar sin consideración las protestas y luego olvidarse del tema sería, primero, darle un peligrosa carta blanca y, segundo, dejar intacta la raíz del problema.
Los médicos dicen que el mejor régimen de salud es el preventivo, y por ahí va la recomendación que Julio María Sanguinetti, expresidente del Uruguay, nos dejó hace unos días. Ante las preguntas sobre cómo responder frente a un paro violento, Sanguinetti planteó un proceso alejado del coyunturalismo agresivo del Ecuador: “El más fuerte tiene la obligación de dialogar, porque es responsable de velar por la paz. (…) El primer escenario de diálogo siempre es el parlamento, luego los partidos y después las fuerzas sindicales”.
¿Dónde están ese parlamento y esos partidos que nos hubieran podido servir como avenidas de diálogo? Ellos se encuentran en un mundo totalmente distinto al de las comunidades indígenas levantadas, que rechazan todo acuerdo dirigencial que no se les consulte: el mundo de la compra fácil de consciencias y del desprecio por los militantes de base, donde los legisladores se esconden en sus grandes bancadas detrás de sus líderes, que se sienten, y casi siempre son, los dueños de sus votos. Ahí se perdieron la mayoría de los asambleístas de Pachakutik, hoy expulsados del movimiento, por ir a buscar Dios sabe qué en vez de una agenda con la que tender puentes entre sus votantes y el oficialismo.