Premium

Una ciudad con un río

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Ahora que se acerca otro aniversario de la Aurora Gloriosa, no perdamos el tiempo sufriendo por la animadversión que sintió Bolívar

Muchos guayaquileños, enemigos de la memoria hagiográfica de Bolívar y todavía molestos por la anexión forzosa de la Provincia Libre, aún resienten esas palabras punzantes que nos dedicó el Libertador: “una ciudad con un río no puede formar una nación”.

En la década heroica de 1820 esto no era verdad, al menos como apreciación de Guayaquil. Casi toda la provincia reaccionó rápidamente al llamado de su capital, eligiendo a sus nuevos cabildos y representantes y proveyendo de hombres y recursos a la joven División Protectora de Quito. Río abajo y río arriba, pueblos y comarcas se mantuvieron integrados en el esfuerzo por cambiar los destinos de la patria. El río y sus afluentes eran el sistema vascular de un pequeño país.

La pluma de Bolívar pudo ser injusta en su momento, pero el tiempo fue convirtiendo a su sentencia en una profecía. Guayaquil y su pedacito de río se fueron desconectando del interior de una gran provincia que se fue desmembrando poco a poco. Primero perdimos el alto Daule, luego el alto Babahoyo, después el Jubones y finalmente la Península. La otrora orgullosa capital se quedó sin su viejo país.

 Pero ni Bolívar en su disgusto se pudo haber imaginado cómo íbamos a acabar. Como observa un querido amigo, Ramón Sonnenholzner M., ahora somos una ciudad sin río. En fin, algunos encontrarán algún consuelo en los sedimentos: ¡más espacio para sus torres y más relleno para sus urbanizaciones!

Lo peor es que ahí no se acaba nuestra incesante reducción. Estamos a dos pasos de quedarnos sin ciudad. El desorden público, la descomposición social y la ausencia de soluciones administrativas nos están dejando con una urbe inviable. No tenemos puntos de encuentro y nuestro viejo centro está cada vez más abandonado. Y mientras la burguesía huye a sus ciudadelas, las masas viven secuestradas por las pandillas en sus propios barrios. Parece que Guayaquil morirá junto al Guayas.

Ahora que se acerca otro aniversario de la Aurora Gloriosa, no perdamos el tiempo sufriendo por la animadversión que sintió Bolívar, cuando deberíamos más bien recogernos y pensar en la vergüenza que sentiría Olmedo.