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César Febres-Cordero: ¿Cuál es nuestra América?

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Ahora la nueva latinidad esconde sus propios demonios. Algunos son tendencias culturales, como la hegemonía de un mestizaje blanqueado

Es un reclamo del hispanismo que esta región no es América Latina, sino América Hispana, y que hacemos mal en llamarnos latinos. La queja no es nueva, hace más de un siglo ya la elevaban Rodó y Menéndez Pindal. Algunos la escuchamos en el colegio, cuando se nos explicaba de manera somera que Latinoamérica es una invención francesa: propaganda del régimen del socialistoide utópico de Napoleón III, que se metió a México a instalar, con el apoyo de unos fantasiosos conservadores, a un archiduque austríaco medio liberalón para que se encargase de alinear al país con Francia, eso sí, después de pagarle a sus acreedores. Un episodio digno de esta esquina del mundo.

La latinidad que hoy en día evocamos es muy distinta a ese proyecto. Aunque conserva su forma como el espectro cultural de las lenguas romances, su contenido no tiene un fin claro ni dentro ni fuera del continente. Decir que uno es latino no significa tener una afiliación presente con Francia, España o Portugal, ni siquiera un concepto de cómo se vería un proceso de integración latino. En ese sentido, la hispanidad tiene más que ver con la latinidad francesa que con la de nuestros tiempos.

La vieja latinidad, el ‘pan-latinismo’, nació, como explicó J. L. Phelan, no solo de los intereses de los acreedores europeos o de las ambiciones de Luis Bonaparte, sino también de la ansiedad francesa frente al auge anglosajón y ruso, pues temían que esas dos culturas engulleran a la Europa latina y a sus intereses en América. Eran los miedos de un imperio a las puertas de la decadencia, un sentimiento parecido a la nostalgia revanchista del hispanista que quiere reconquistar América a punta de la leyenda rosa, luchando contra fantasmas barrocos, aztecas, incas, guiris y protestantes en los campos de la guerra cultural.

Ahora la nueva latinidad esconde sus propios demonios. Algunos son tendencias culturales, como la hegemonía de un mestizaje blanqueado y plástico que destruye o deforma cualquier cultura autóctona. Otros son los discursos de los demagogos, que nos venden la idea de un pueblo victimado que necesita nuevos próceres.

No hay que subestimar el daño que nos hacen estos cuentos.