Emilio Larreátegui: Por la autonomía universitaria

La universidad no puede ser un espacio sumiso al poder, sino un bastión donde el pensamiento
En la parte final de su excepcional novela 1822 sobre la Batalla de Pichincha, Íñigo Salvador Crespo retrata con exquisitez un presunto -pero verosímil- diálogo entre el mariscal Aymerich, comandante de las tropas españolas, y el general Sucre, superior de los libertadores. En él ocurre algo que resultaría impensable hoy en día: dos comandantes enemigos conversan con respeto y se esmeran en encontrar un terreno común. Este episodio, que menciono a propósito de la gesta militar que hoy conmemoramos, retrata con claridad lo que debería ser la vida en sociedad: el encuentro civilizado entre visiones distintas. Desafortunadamente, este tipo de intercambio -digno y respetuoso- sobrevive apenas en pocos espacios. Uno de ellos, quizás el más importante, es la universidad.
No es fácil identificar con precisión el momento en que las sociedades contemporáneas perdieron su capacidad de dialogar. Sin embargo, hoy la polarización asfixia a las democracias, desgarrando su tejido social y alentando la violencia política. En este contexto, las universidades se convierten en baluartes indispensables: espacios donde el pensamiento libre y el disenso razonado aún pueden prosperar. Por eso es vital proteger este ámbito valiosísimo de diálogo libre y respetuoso.
Ahora, en medio de una coyuntura excepcional, el gobierno ecuatoriano tiene una oportunidad de oro para impulsar reformas estructurales. Entre ellas, la protección efectiva de la autonomía universitaria, piedra angular de una democracia participativa y real. Las sucesivas constituciones han reconocido este derecho. Sin embargo, su protección y alcance han quedado limitados al arbitrio de los gobiernos de turno.
Un buen punto de partida sería incorporar en la legislación nacional las garantías consagradas en los Principios Interamericanos sobre Libertad Académica y Autonomía Universitaria de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
La universidad no puede ser un espacio sumiso al poder, sino un bastión donde el pensamiento pueda expresarse sin miedo y donde el diálogo constructivo sea posible, incluso entre adversarios.