Carlos Emilio Larreátegui | En defensa de Harvard

La persecución a Harvard no es más que un capricho autoritario de quienes no toleran el disenso ni la irreverencia.
En los últimos días han circulado opiniones que intentan defender lo indefendible. De extraña manera, se ha tratado -sin éxito- de justificar la arremetida del gobierno estadounidense contra la universidad más prestigiosa del mundo. Como he venido alertando en esta misma columna, los ataques de ese gobierno contra varias instituciones de educación superior constituyen un gravísimo error.
Para el gigante del norte, la universidad ha representado, quizás, la fuente más importante de poder blando. En cualquier momento, hay más de un millón de estudiantes extranjeros en Estados Unidos que asimilan su cultura, valores e identidad, para luego convertirse en propulsores de estas. Y este análisis ni siquiera toma en cuenta el aspecto económico. Se estima que los estudiantes internacionales contribuyen con aproximadamente cincuenta mil millones de dólares cada año a la economía estadounidense.
Sin embargo, este análisis racional no tiene cabida en el contexto actual. La conducta de los protagonistas de este episodio no responde a un razonamiento deliberado, sino a impulsos del ego. En la práctica, la persecución a Harvard no es más que un capricho autoritario de quienes no toleran el disenso ni la irreverencia.
A diferencia de lo que algunos pretenden argumentar, este episodio no tiene nada de beneficioso para los intereses de Estados Unidos. Por el contrario, esta afrenta a la universidad debilita la influencia global del país y socava su, hasta ahora, indiscutible liderazgo en investigación, innovación y desarrollo científico. Campo en el cual, dicho sea de paso, el talento extranjero juega un rol fundamental: 35 % de los premios Nobel en las ciencias en Estados Unidos han sido obtenidos por personas nacidas fuera de ese país.
La excepcional trayectoria de Harvard no la hace inmune a las arremetidas del poder. A lo largo de la historia se ha demostrado la fragilidad incluso de las instituciones aparentemente más sólidas. La campaña contra la universidad, en última instancia, dejará a Estados Unidos más débil y vulnerable en un contexto geopolítico cada vez más inestable.