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El símbolo rojo

Avatar del Carlos Andrés Vera

4 años han transcurrido, la vida me llevó a otros países y algunos libros de historia he leído. El camino y nuevos conocimientos cambiaron mi forma de ver el mundo.

A mis 18 años empezaba la universidad y tuve la fortuna de estudiar en Chile. Fue escasa la formación política que recibí en el colegio y por ello ignoraba capítulos vitales de la historia moderna, sobre todo del SXX. En esos días me consideraba de izquierda y por primera vez, acompañé a varios compañeros a la marcha que conmemora la lucha obrera, el Primero de Mayo. La movilización se teñía de rojo gracias a un símbolo común: la hoz y el martillo, la bandera de la Unión Soviética.

24 años han transcurrido, la vida me llevó a otros países y algunos libros de historia he leído. El camino y nuevos conocimientos cambiaron mi forma de ver el mundo. Hoy me considero liberal, creo en conceptos como democracia, ciudadanía, derechos humanos. Lo que no ha cambiado es la presencia del símbolo rojo en la lucha obrera y con frecuencia me pregunto si los jóvenes que flamean esa bandera comprenden lo que implica o son tan ignorantes como era yo a los 18 años.

Tengo dudas elementales: ¿saben que no ha existido ni existe ningún país comunista en donde la protesta social sea permitida? ¿Saben que en ningún país comunista existe Estado de derecho y mucho menos, derechos laborales? ¿Saben que en 1932, en la entonces República Soviética de Ucrania, cuatro millones de personas murieron por una hambruna comparable a la tragedia del holocausto judío?

Si no conocen la historia, pecan de ignorancia. Pero si conocen la historia, ¿por qué flamean esa bandera? Los dirigentes y políticos que han apadrinado ese símbolo no son ignorantes. Su dogmatismo está por encima de los hechos, el sentido común y la historia. Adoctrinan jóvenes, ampliando el rebaño de la insensatez. La gran paradoja del símbolo rojo que flamea todos los Primeros de Mayo, es que su significado dista muchísimo de cualquier causa que tenga que ver con derechos, mucho menos derechos laborales.

Una democracia saludable no solo demanda una sociedad que se movilice y reclame por causas justas. Demanda también ciudadanos conscientes, que comprendan el mundo en donde están parados y no sean presa fácil de manipuladores y sus dogmas.