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Carlos Andrés Vera | Va a doler

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Los cambios que demanda nuestra realidad no llegarán desde la comodidad

Ningún cambio profundo llegará fácil. Mucho menos gratis. Debemos comprenderlo.

Cualquier intento serio por transformar estructuras corroídas -ya sean institucionales, políticas o de seguridad- va a tener un precio. No solo en esfuerzo o en tiempo, sino también en resistencia activa: boicots, sabotajes, violencia.

Dar pasos hacia adelante en la necesaria recuperación del Estado frente al crimen organizado no será un proceso lineal. Quienes vayan perdiendo poder económico, influencia o impunidad no se quedarán de brazos cruzados. Algunas de esas reacciones las hemos visto antes: bloqueos, secuestros de provincias y ciudades, atentados, intentos de desestabilización política y campañas de desinformación. Esas son las expresiones visibles de una estrategia compartida: mantener el caos para inhabilitar al Estado.

El crimen organizado no es el juego de un actor, sino un ecosistema. Tiene brazos armados, también brazos políticos, económicos y comunicacionales. Tiene disfraces sociales, se infiltra en instituciones, se disfraza de oposición y, a veces, incluso de gobierno. La mafia política es solo una de sus máscaras; pero detrás se compone de redes que manejan dinero, territorio e información. Esas redes entienden el poder y saben usarlo.

Si nuestra sociedad empieza a recuperar espacios que había perdido, si el Estado es eficiente en purgarse y en recuperar territorio que ha sido tomado por mafias, la respuesta no tardará: amenazas, sabotajes, atentados, manipulación del miedo. El crimen organizado buscará sostenerse o prosperar en la inestabilidad.

La pregunta es de cajón: ¿estamos preparados? Si queremos que el Estado recupere terreno respecto a la delincuencia, tendremos que asumir que habrá golpes en el camino. Que se intentará romper la confianza ciudadana. Que se tratará de sembrar la idea de que nada cambia. Y, en esa tormenta, deberemos buscar como sociedad la claridad y la cohesión para seguir empujando.

Los cambios que demanda nuestra realidad no llegarán desde la comodidad. Se construirán en medio de la presión, del ruido y de la amenaza. Entender esto -sin ingenuidad, con madurez, venciendo el temor- es el primer paso para no ceder cuando el cambio empiece, inevitablemente, a doler.