Carlos Andrés Vera: Nuestro verdadero valor

Todo puede programarse, menos nuestra esencia, nuestra intuición, nuestro don de gente y combinación de particulares talentos
El otro día, conversando con mis hijos, me encontré con una pregunta que no tiene respuesta sencilla: ¿qué van a ser ellos en un mundo donde la inteligencia artificial lo transforma todo? El mundo que les tocará vivir no se parece a aquel en que crecí ni al actual. Muchas profesiones van a desaparecer. O van a transformarse tanto, que ni siquiera se parecerán a lo que conocemos. La IA no solo hará cosas por nosotros: va a pensar con nosotros, y en muchos casos, mejor que nosotros.
Pienso en mí. Soy cineasta. Me formé como director de cine. Con los años me convertí también en guionista, comunicador, consultor estratégico, y ahora estoy emprendiendo en temas que tienen relación con tecnología. No me defino alrededor de mi profesión sino de mi potencial transformador. ¿Qué puedo hacer por mí y por la sociedad, adaptándome cada día? Me muevo entre narrativa, datos, análisis político, intuición, el símbolo, la táctica, el ser padre, el cultivar mi conciencia ¿Qué lugar tiene un narrador como yo en un mundo donde una máquina ya puede escribir un guion, diseñar una campaña, editar una película, diseñar una estrategia? Es un dilema que debe abordarse sin angustia, comprendiendo que estamos ante una oportunidad: la de cultivar esa parte de nosotros que no puede programarse. Ninguna inteligencia artificial puede replicar lo que uno ha vivido. Las creencias, heridas, obsesiones… ese complejo laberinto que nos hace lo que somos, esa configuración de experiencias y conexiones nerviosas que nos hace irrepetibles. Sé que pronto veremos películas enteras hechas por IA. Serán perfectas. Pero no hay IA que pueda rehacer Taxi Driver. Sé que también leemos artículos, libros y contenidos completamente realizados en Chat GPT. Pero es imposible clonar a Cortázar, a Sábato, a Nicanor Parra. ¿Qué queda? Ser nosotros mismos. La IA nos obliga a recordar por qué hacemos lo que hacemos. Qué nos distingue. Dónde está nuestro centro. Cuál es nuestro propósito. El desafío de este servidor y el desafío de sus hijos será adaptarse a la nueva realidad que demanda multiplicidad de conocimientos y dominio de herramientas, pero manteniendo plena conciencia de todo lo que nos distingue como seres irrepetibles.
Todo puede programarse, menos nuestra esencia, nuestra intuición, nuestro don de gente y combinación de particulares talentos. Ahí radica nuestro verdadero valor.