Carlos Andrés Vera: La nueva cara de la subversión

Eso no es protesta. Es, sencillamente, la nueva cara de la subversión
Quienes apoyan el ‘paro’ y dicen oponerse al Gobierno no van al terreno político a confrontar al poder, sino a una guerra civil no declarada que asfixia a los ciudadanos. “Detesto a Noboa”, dicen. Bien, confróntalo, como hizo Cuenca en una marcha pacífica que frenó un proyecto minero. Pero el “Detesto a Noboa, cerremos los negocios de Otavalo” o el “vamos a tomarnos Quito” revela una de dos cosas: son muy estúpidos o muy astutos. Este autor piensa lo segundo, pues la puesta en escena de violencia y caos no busca reivindicar derechos, sino trasladar el poder político a un ‘otro’ que actúa al margen de la ley. Eso es una declaración de guerra al Estado.
A diferencia de las FARC o Sendero Luminoso, aquí el mecanismo fue apropiarse de la lucha social. En nombre de los ecuatorianos se asfixia a los ecuatorianos. Como si al Gobierno no le bastara enfrentar a los GDO -que emplean a unas 400.000 personas-, la mermada fuerza pública debe ahora contener ciudades secuestradas por cinco mil ‘manifestantes’: los únicos ecuatorianos que pueden darse el lujo de no trabajar durante semanas porque están bien abastecidos de agua, comida, transporte y, por supuesto -no seamos ingenuos- dinero.
Un paro debería ser un acto voluntario. Quien quiera parar, que se detenga. Pero ante el llamado -al paro nacional- de Marlon Vargas hace un mes, nadie plegó. Imbabura fue paralizada por la fuerza. Hubo protestas, sí, pero el país no paró. Mostró, por el contrario, voluntad de trabajar. Sin embargo, el comerciante que no cierra es amenazado, el transportista atacado, el ciudadano agredido.
Desde 2019, el movimiento indígena abandonó las causas del agua, la tierra o el progreso y adoptó una sola bandera: el subsidio a los combustibles. En el camino se alió con el correísmo, guerrillas urbanas y redes criminales. Ha tenido representación en la Asamblea y los GAD, pero la ha usado para todo menos para mejorar la vida de sus comunidades. Hoy la Conaie disputa el poder a un gobierno democráticamente elegido, buscando degradarlo: secuestrando militares, incendiando bienes públicos, cortando servicios, atacando ciudadanos y quebrando economías locales. Si logran su propósito, el poder se transfiere por la fuerza a quienes nunca ganaron elecciones.
Estamos ante actores que solo aceptarán un gobierno cuando sea el suyo. Mientras tanto, buscarán el poder sin ganarlo. Eso no es protesta. Es, sencillamente, la nueva cara de la subversión.