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Carlos Andrés Vera | Identificar al enemigo

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Hay que reconocer al crimen organizado como el enemigo común del país. Luego, hacer lo que esté al alcance de cada uno

Durante casi un mes, Imbabura —Otavalo sobre todo— fue secuestrada. Tenemos el deber de llamar a las cosas por su nombre, pues cuando los comercios son cerrados a la fuerza y decenas de miles de familias se ven, por terror, encerradas en sus casas, estamos ante un secuestro. Solo en Otavalo, 40 mil ciudadanos fueron convertidos en rehenes. ¿Bajo qué criterio un sector de la sociedad insiste en llamar a eso protesta? “No estoy de acuerdo con la eliminación del subsidio, entonces secuestro ciudades”. ¿Nos hemos vuelto locos?

Algunos reclaman: “claro, contra Correa la protesta estaba bien y ahora está mal”. Habrá que refrescar la memoria, entonces: ni las organizaciones sociales ni los actores civiles que protestaron contra el correísmo secuestraron ciudades. Los puntos de violencia más álgidos se dieron en territorios indígenas. Los shuar de Nankints no se tomaron Zamora para obligar al gobierno a adoptar políticas de la CONAIE, sino que resistieron en su territorio, en el contexto de una operación minera inconsulta. Las comunidades de Río Blanco no se tomaron Cuenca. Las más de 20.000 personas que varias veces marcharon en Quito no le prendieron fuego a la ciudad ni asediaron a sus conciudadanos.

Desde 2019, una agenda criminal viene poniéndose la máscara de protesta social, y no podemos hacer como si esto no pasara. Subrayemos lo obvio: no hay forma de sostener un secuestro así —un mes entero— sin dinero. La pregunta es de cajón: ¿de dónde salen los recursos? El tejido social ecuatoriano siempre ha sufrido injusticias e inequidades, pero la rabia popular nunca se tradujo en secuestros masivos ni en ataques sistemáticos a otros ecuatorianos. Esa mutación tiene otro origen.

Lo esencial: no hay causa social o descontento popular que justifique el secuestro de una población. Si no logramos un consenso tan básico, estamos en serios problemas, pues ya no es solo el Estado el que intenta ser cooptado: es nuestra mente. Poco a poco se distorsiona nuestra manera de mirar lo que está bien o mal, y se trastocan conceptos elementales sobre justicia, límites, protesta o impunidad.

Hay que reconocer al crimen organizado como el enemigo común del país. Luego, hacer lo que esté al alcance de cada uno —mucho o poco— para dirigir nuestra atención, militancia, talento, nuestra conciencia, hacia cualquier cosa que contrarreste el avance de ese enemigo. Si no, el secuestro ya no durará un mes: será permanente.