Carlos Andrés Vera | Aspirinas para el cáncer

No existen soluciones sencillas ni indoloras, ni aquellas que no impliquen riesgos o algún grado de ruptura
En Ecuador todos los días le exigimos a jueces, fiscales y policías que hagan su trabajo, pero una parte de esos jueces, fiscales y policías trabaja para las mafias. Se filtran expedientes, se extorsiona, se manipulan audiencias, se compran fallos. Cuando el sistema judicial se denuncia a sí mismo, no importa el resultado: la estructura o los mecanismos de fraude permanecen intactos. El tumor no se extirpa: se le recorta una puntita y vuelve a crecer.
En geopolítica pasa algo similar. Desde hace décadas Irán financia grupos terroristas como Hamás y Hezbolá. Sin embargo, año tras año se insiste en ‘negociar’, ‘firmar acuerdos’, ‘emitir sanciones’ que apenas rasguñan la superficie. Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte, dictaduras consolidadas que se alimentan de la farsa internacional de reuniones y resoluciones. Un sistema de derecho internacional que se vuelve decorado cuando uno de los actores decide violarlo a plena luz, frente a todos, como en la última elección en Venezuela.
Entonces, ¿qué se hace? ¿Apelar al sistema podrido para que se cure a sí mismo? Esta es la pregunta más incómoda de la política en la modernidad. Y lo es en parte porque hemos abandonado la defensa incondicional de la libertad, la responsabilidad de enfrentar y cuestionar a grupos y regímenes criminales, y la voluntad de asumir costos para reinstaurar la institucionalidad.
Recordemos a León Febres-Cordero cuando cerró el Municipio de Guayaquil dos meses y, a las patadas, sacó a las mafias que lo habían tomado. Asumir costos, proteger la libertad, reinstaurar la institucionalidad. Hoy nos escandalizamos si una nueva ley permite investigar a delincuentes sin orden judicial pese a que sabemos que muchos jueces y fiscales operan para el narco.
No existen soluciones sencillas ni indoloras, ni aquellas que no impliquen riesgos o algún grado de ruptura. Lo deseable es que la ruptura no sea ciega, sino que tenga un propósito claro: reconstruir sobre cenizas, no reemplazar un tirano por otro, un sistema judicial podrido por otro igual de podrido.
En lo local o en lo global, me abruma la hipocresía del debate público, lleno de predicadores que lanzan consignas que, en la práctica, no sirven y promueven soluciones pensadas para otros mundos, lugares o tiempos. ¿Estamos dispuestos a extirpar el tumor o seguiremos creyendo que el cáncer se cura con aspirinas?