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Carlos Alberto Reyes Salvador | Venezuela, ¿el inicio del fin?

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El régimen enfrenta divisiones internas, el agotamiento económico es absoluto

Las recientes tensiones entre Venezuela y Estados Unidos han reabierto un debate que parecía estancado y que nos lleva a cuestionarnos si estamos finalmente ante el principio del fin del régimen chavista.

Después de más de dos décadas de autoritarismo, deterioro institucional y colapso económico, el país podría estar entrando en un punto de inflexión. No es la primera crisis que enfrenta el chavismo, pero sí una en la que confluyen el agotamiento interno, la presión internacional y una sociedad que ya no tiene nada que perder.

El deterioro venezolano es consecuencia directa de las recetas clásicas del socialismo estatista, de la concentración de poder y de la destrucción sistemática de las instituciones. Otrora, Venezuela llegó a ser uno de los países más prósperos de la región, con una clase media robusta y un ingreso petrolero que financiaba el desarrollo. Hoy es un caso de estudio de cómo un país rico puede convertirse en un Estado fallido.

La debacle comenzó con Hugo Chávez, quien llegó al poder en 1999 con la promesa de una revolución bolivariana que, según él, haría justicia social y redimiría al pueblo. En la práctica, centralizó el poder, debilitó la independencia de los poderes del Estado y militarizó la administración pública. El petróleo, en lugar de convertirse en motor de desarrollo, se transformó en la chequera con la que Chávez compró lealtades internas y consolidó su proyección internacional. La bonanza petrolera ocultó temporalmente el desastre económico que gestaba; cuando los precios cayeron, la estructura se volvió insostenible.

Nicolás Maduro heredó este sistema en 2013. Sin el carisma de Chávez ni los precios altos del petróleo, en su gobierno se agudizó la crisis. Hiperinflación, escasez de alimentos y medicinas, apagones, colapso de los servicios básicos y una migración que supera los siete millones de personas marcaron su gestión. Frente al descontento popular, el régimen respondió con más represión, más control militar y más manipulación electoral.

La corrupción es otro pilar del chavismo. Alrededor del poder se formó una élite que acumuló fortunas descomunales. La falta de transparencia y el control absoluto del aparato estatal hicieron posible un sistema donde la lealtad se premia con acceso a recursos y la disidencia se castiga con cárcel, exilio o silencio. Cada institución quedó subordinada al proyecto revolucionario, convertido finalmente en un mecanismo de enriquecimiento para unos pocos.

En este contexto, las tensiones con Estados Unidos vuelven a tomar fuerza. Washington ha oscilado entre sanciones, negociaciones y presión diplomática. Hoy, la posibilidad de un quiebre interno parece más real que en años anteriores. El régimen enfrenta divisiones internas, el agotamiento económico es absoluto y la población -aunque golpeada- mantiene viva la esperanza de un cambio.

Los regímenes autoritarios caen de golpe, cuando se alinean el colapso económico, el desgaste político y la pérdida del control militar; y esos elementos comienzan a converger.

Si el chavismo cae, no será solo el final de un gobierno; será el fin de una era que marcó a toda una generación y la advertencia más clara de lo que ocurre cuando un país entrega su destino a un proyecto ideológico que desprecia la libertad, destruye la economía y convierte la corrupción en sistema.