Columnas

Reflexiones poselectorales

"Luego del fracaso en las urnas deben sentir vergüenza por haber quedado pésimamente ante la opinión nacional. Y es de entenderse que jamás volverán a aspirar llegar a Carondelet"

El proceso electoral para designar presidente y vicepresidente de la República culminó ayer con la concurrencia de la ciudadanía a depositar su voto.

A pesar de la pandemia ejerció el sagrado derecho del sufragio.

Como es normal, luego de esta campaña electoral tan llena de sorpresas, de mentiras y engaños, tenemos el tiempo suficiente para llevar a cabo un análisis pormenorizado de este evento que lo comenzamos ahora .

Uno de los primeros comentarios que deben hacerse es la falta de liderazgo político. Esto se manifestó con la participación de 16 binomios, de los cuales el noventa y cinco por ciento de ellos nada significaron ni significan en el escenario político. Fueron figuras poseedoras de un ego incomprensible que los llevó a creerse primeros magistrados del país de la noche a la mañana y así por que sí. Luego del fracaso en las urnas deben sentir vergüenza por haber quedado pésimamente ante la opinión nacional. Y es de entenderse que jamás volverán a aspirar llegar a Carondelet.

Hay que hacer reformas profundas para evitar que estos casos se repitan. Debe acabarse el criterio de que mientras más movimientos o partidos políticos existan en un país, ese país es más democrático. Absurdo, sin nombre.

Luego, si se sigue actuando con el principio de que todos somos iguales y que cualquiera puede aspirar a la presidencia de la República, es otra falacia que hay que desterrar. Los que aspiran a dirigir nuestro país deben ser personas (hombre o mujer ) con experiencia en el manejo de la cosa pública, honestas a carta cabal, demócratas, que actúen en el ejercicio del poder sin la pretensión de gobernar su país “por los siglos de los siglos”. Que cuenten con un equipo de trabajo consecuente con las propuestas y soluciones que hayan planteado para gobernar. Nada de improvisaciones, que son las que llevan al fracaso.

Debe haber una permanente relación entre el elegido y sus electores para que el “amor” entre ellos no se acabe una vez que se ha sufragado por esa persona.