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Una Asamblea que avergüenza

Avatar del Byron López

El diez por ciento de la población que aprueba la gestión de esta Asamblea es el signo más claro y elocuente de su desprestigio. Pero a los “padres de la patria”, esta opinión ciudadana les importa un comino…’.

Estamos presenciando en los actuales momentos de la política ecuatoriana una pérdida total de vergüenza por parte de quienes deben ser los llamados a dar ejemplo de pudor y de honestidad.

La Asamblea Nacional es un escenario en el que vienen acaeciendo hechos insólitos, por decir lo menos. Una función del Estado que se olvidó de ejercer sus atribuciones para dar paso a ambiciones personales o de grupos minúsculos. Para formar alianzas con sectores hasta ayer calificados, por quienes hoy se unen a ellos, como corruptos, y sin valor, solamente para dar paso a venganzas enanas o a un afán desestabilizador que nadie sabe a dónde puede llevar a la república.

El diez por ciento de la población que aprueba la gestión de esta Asamblea es el signo más claro y elocuente de su desprestigio. Pero a los “padres de la patria” esta opinión ciudadana les importa un comino... En lugar de cumplir con sus obligaciones constitucionales y legales, es una entidad antropófaga dedicada solamente a comerse a alguien por quítame estas pajas.

Primero se comieron a la presidenta Llori, luego se comieron a la segunda vicepresidenta, Guamaní; intentaron comerse al presidente Lasso, sin lograrlo. Todo, ¿para qué? Se cumple para quienes así actúan con la frase atribuida a Spinoza, quien dijo: “La ambición es el deseo desmedido de poder”.

Todas estas actuaciones determinan que con el tiempo surja la desafección de las gentes por el ejercicio de la verdadera política, El país demanda un esfuerzo por parte de quienes sí piensan en el desarrollo y en su futuro, para que agoten todos los esfuerzos que den paso a una cultura política que no nos avergüence, para poder vivir en una sociedad auténticamente democrática.

Sería muy grave que quienes creen en una verdadera política, la estén abandonando. Esa sería una tremenda voz de alerta porque entonces se podría caer definitivamente en el despeñadero del fracaso.

Que no tengamos que decir con Foucault: “El primer signo de la estupidez es la completa falta de vergüenza”.