Bernardo Tobar Carrión | El efecto Kirk

Kirk barría el maquillaje de los cuestionamientos, los reformulaba y desgranaba hasta su raíz
Charlie Kirk no disertaba frente a las audiencias, sino que las invitaba a cuestionarlo. Acudía a encuentros en el campo más hostil, el universitario, hervidero de la progresía, y respondía las preguntas de sus interpelantes, que se turnaban uno a uno en el micrófono. Kirk barría el maquillaje de los cuestionamientos, los reformulaba y desgranaba hasta su raíz, despojaba a sus interlocutores del lugar común hasta hacerlos tropezar con sus propias contradicciones. A pesar de su juventud, rebosaba erudición y dominaba el método socrático, pero sobre cualquier otra distinción era un auténtico hombre de Dios: defendió desde una dimensión cristiana, comprometida y generosa, misionera podríamos decir, su visión política en torno a la libertad individual, la familia y los cimientos de la convivencia.
Así se convirtió en la mayor promesa de la derecha norteamericana y la mayor amenaza para el ‘establishment’, controlado por la izquierda. Y lo asesinaron. A los mal llamados progres jamás les gustó debatir; se refugiaron en el manual, en los sofismas prefabricados, cual depositarios de la verdad última que se impone. A bala, si hace falta. Por eso su vocación totalitaria, sea en estado latente, como en la versión edulcorada de los social demócratas, o en el extremo fascista de Fidel, Chávez, Ortega y sus corifeos y delfines del socialismo latinoamericano, porque una vez entregadas al Estado las llaves de la puerta trasera a guisa de bienestar social, es solo cuestión de tiempo para que usurpen todo espacio de libertad.
Por sus ideas y por la manera de defenderlas, tomando al toro por los cuernos, el antídoto más eficaz contra el lavado cerebral de la izquierda, Kirk fue asesinado. La violencia política, que segó también las vidas de Miguel Uribe, Fernando Villavicencio y tantos otros que sería largo enumerar, cuenta con aliados naturales en las organizaciones criminales, porque las sociedades aborregadas, sin identidad ni valores, son indispensables para pavimentar el camino a la servidumbre que presupone la izquierda y para el negocio de los carteles. No es mera coincidencia que en América Latina el narcoterrorismo se fortalezca ahí donde el socialismo se hace del poder.
El asesinato de Kirk es un síntoma adicional y confirmatorio de una severa degradación colectiva de Occidente y un llamado perentorio a retomar los valores que en su día le dieron identidad y gloria.