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Beatriz Bencomo | La linterna del tiempo

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La mente joven quiere resolver la contradicción. La madura sabe habitarla

Un estudio publicado en la revista Intelligence descubrió algo contraintuitivo: el cerebro alcanza su mejor rendimiento global entre los 55 y 60 años. No a los 25, cuando la velocidad mental está en su pico, sino tres décadas después. ¿Por qué? Porque a los 25 procesamos información rápido. A los 55 sabemos qué hacer cuando la información se contradice. Y esa habilidad importa más.

Cada diciembre vuelve el debate: ¿el mundo está tan mal como creemos? Mundo Diners, en un artículo citando a Hans Rosling, ilumina una esquina. La pobreza extrema bajó de 85% a 9% en dos siglos. La esperanza de vida se duplicó. Progreso. El Banco Mundial ilumina otra: 700 millones viven bajo el umbral de pobreza. África sumó 214 millones de pobres desde 1990. El objetivo 2030 es inalcanzable. Ambos tienen datos correctos. Aunque parece contradicción, no lo es. Pero el post de Mundo Diners hace lo que Rosling advertía no hacer: seleccionar datos para confirmar una narrativa. Rosling no vendía optimismo de consuelo. El mundo sigue siendo un caos, escribió. Hay demasiado sufrimiento. Su libro era un aviso sobre nuestros sesgos, no una invitación a cruzarse de brazos.

La disputa real no es entre optimistas y pesimistas. Es entre quienes eligen qué datos iluminar y cuáles dejar en sombra. Esa elección, qué contamos y qué omitimos, es el acto político fundamental de nuestra época. Ecuador lo encarna. Este año celebramos récords de exportación mientras los homicidios alcanzaban máximos históricos. ¿Mejoramos o empeoramos? Depende de qué linterna enciendas y de quién la sostiene.

Hay culturas que no huyen de la contradicción. La nombran. El japonés tiene ‘mu’, la respuesta que no es sí ni no. El portugués tiene ‘saudade’, alegría y tristeza juntas. Occidente trata como opuestos lo que otras lenguas saben vivir. Por eso la inteligencia no pica a los 25. La mente joven quiere resolver la contradicción. La madura sabe habitarla. Con los años no se aprende a ver más sino a saber que progreso y retroceso coexisten en el mismo país, en el mismo año, en la misma calle, en tu propia vida.

Despedir el año no es elegir entre optimismo y pesimismo. Es aceptar que ambos caben en la misma mano. Quedarse en la tensión. Hacer casa ahí. Cultivar una mirada abarcadora, calma. Seguir caminando. Abrir paso.