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Arturo Moscoso Moreno: Libertad con asterisco

Avatar del Arturo Moscoso Moreno

Lo que antes era estatismo ahora es patriotismo económico. Ternuritas

Hay algo casi enternecedor (solo casi) en escuchar a un libertario justificar las medidas proteccionistas que ha tomado Donald Trump en EE.UU. Uno hasta puede escuchar a Rothbard revolviéndose en su tumba mientras sus discípulos explican que la elevación de los aranceles no es intervención estatal, sino “una estrategia geopolítica”. 

Que no es proteccionismo, sino defenderse del ‘dumping’ chino. Que no se contradice al libre mercado si las acciones vienen de alguien con gorra de ‘Make America Great Again’.

Es el nacimiento del libertarismo*, así con asterisco: (*sujeto a condiciones geopolíticas, intereses nacionales o encuestas patrocinadas por Fox News). En esta versión creativa y altamente elástica de esa ideología dizque liberal (énfasis en el “dizque” porque de liberalismo tiene muy poco), el libre comercio solo aplica si el otro país juega limpio. Si no, se castiga al consumidor propio en nombre de la ‘soberanía’. Porque claro, nada dice ‘libre mercado’ como afectar los precios vía aranceles.

La retórica argumentativa es tan retorcida que Nozick o Rand se volverían a morir. De pronto, quienes tienen a Anarquía, Estado y Utopía o La rebelión de Atlas como biblias personales, ahora justifican proteger industrias ineficientes con el argumento de ‘recuperar el poder de decisión’. Lo que antes era estatismo ahora es patriotismo económico. Ternuritas.

Otros son más cínicos: admiten que si bien Trump no es libertario es el ‘mal menor’. Lo defienden como quien se toma un trago de Switch o de Cubata: sabe mal, pero igual cumple su función. Lo importante ya no es la coherencia, sino el enemigo común: la izquierda, los demócratas, la élite ilustrada, los defensores de energías limpias o el comercio global.

Así, el libertarismo se vuelve selectivo: libertad total para el porte de armas, el ‘homeschooling’ (la escuela en casa), el bitcoin, y por supuesto, el boicot a los impuestos. Pero no para el comercio internacional. Esa ya es demasiada libertad. Y entonces, como siempre, queda el eslogan: “Viva la libertad, carajo”, solo que con letra chica y sujeta a disponibilidad.