Arturo Moscoso Moreno | Le debía esta columna

La ciudad y los perros ya contenía una denuncia feroz al autoritarismo, al abuso de poder y al sometimiento del individuo
El 13 de abril pasado nos dejó uno de los más grandes escritores en lengua española y, para mí, uno de los liberales más valientes y coherentes que ha dado nuestro continente: Mario Vargas Llosa. Lo descubrí joven, y se quedó conmigo como esos autores que ya no te abandonan nunca y que terminan acompañándote más de lo que imaginas. Con el tiempo, no solo su literatura me deslumbró, sino que su pensamiento me marcó.
Creo que Vargas Llosa fue liberal antes de declararse como tal. La ciudad y los perros ya contenía una denuncia feroz al autoritarismo, al abuso de poder y al sometimiento del individuo. Luego vendrían otras joyas: La casa verde, compleja y sensual; La guerra del fin del mundo, que dramatiza el conflicto entre razón y fanatismo; La fiesta del Chivo, un retrato brutal del totalitarismo; o Travesuras de la niña mala, que, a veces, no puedo evitar pensarlo como una especie de espejo emocional, o una advertencia…
En todas sus novelas, incluso en las más políticas o personales, hay un hilo claro: el rechazo a la opresión, venga de donde venga, lo que se hace mucho más palpable en sus ensayos. Ese fue también el eje de su pensamiento liberal. Tras romper con la izquierda y con la Cuba castrista por el caso Padilla, defendió con convicción una idea sencilla pero poderosa: que el individuo debe estar por encima del grupo, del dogma, del Estado. Que la libertad no es negociable. Ideas que plasmó con claridad en La llamada de la tribu, un ensayo esencial.
Nunca buscó caer bien. Se enfrentó al populismo, al autoritarismo, al clientelismo, a las modas intelectuales. Y muchas veces pagó el precio. Pero lo hizo con la dignidad de quien sabe que hay batallas que no se eluden. En una región que gracias a los populismos desconfía tanto del liberalismo, él lo convirtió en una opción intelectual y moral, no en un eslogan. Lo defendió con argumentos, con libros, con coraje.
Vargas Llosa ya no está, pero sigue en sus libros, en sus ideas, y sobre todo, en quienes seguimos leyéndolo con admiración. Como liberal convencido y como lector agradecido, le debía esta columna.