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Arturo Moscoso Moreno | Cuando la democracia incomoda

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El Barómetro de las Américas muestra que un número preocupante de ecuatorianos justifica un gobierno autoritario

El pasado 15 de septiembre fue una conmemoración más del Día Internacional de la Democracia. Aquí lo festejamos con los tuits de rigor y los comentarios de ocasión, mientras en la práctica vemos a la democracia como si de un molesto trámite se tratara. Si el caudillo de turno nos gusta, le celebramos sus abusos. Si es del bando contrario, gritamos dictadura.

Los datos no mienten. El Barómetro de las Américas muestra que un número preocupante de ecuatorianos justifica un gobierno autoritario si “resuelve los problemas”. El Latinobarómetro confirma la tendencia: proclamamos amor a la democracia, pero al primer sobresalto preferimos un líder fuerte que imponga orden. Y Freedom House ya nos degradó de “libres” a “parcialmente libres”, un recordatorio de que nuestra democracia se erosiona ante nuestros ojos y con nuestra complicidad.

La receta ya la conocemos. La urgencia de combatir la inseguridad, sumada al justificado miedo, nos lleva a tomar atajos: sacrificar primero las garantías, luego los controles y al final los derechos. Lo excepcional se convierte en costumbre y el Estado de derecho queda solo como cascarón vacío. Todo con nuestro aplauso y/o connivencia.

Es que el verdadero problema no está en los políticos de turno, por muy adeptos que sean a concentrar poder, o no solo en ellos. Está en nosotros, los ciudadanos, que aplaudimos lo que ayer criticábamos, callamos cuando nos conviene y nos indignamos solo cuando los atropellos vienen del adversario. Esa incoherencia es el aliciente perfecto para cualquier deriva autoritaria. Porque la democracia no se sostiene con gestas épicas, sino con pequeños actos: jueces que no se vendan o que sepan de la materia, parlamentos que legislen con objetividad, periodistas que fiscalicen de verdad y ciudadanos que exijan que se rinda cuentas. Olvidarlo tiene un precio: el fin de las libertades.

El lunes no celebramos la democracia. Celebramos nuestra incoherencia, nuestra cobardía y nuestra facilidad para traicionar lo que decimos defender. Es que al final, lo que la realidad nos demuestra es que la democracia nos incomoda.