Andrés Isch | Mentiras y perversión

La verdad que callan dirigentes y políticos irresponsables es que con este esquema los pobres subsidian a los ricos
No es coincidencia que los países que han optado por subsidiar productos en lugar de dirigir ayudas directas a los ciudadanos sean los más pobres. Son políticas que se convierten en una tragedia de los comunes, donde se gastan miles y miles de millones de dólares en ‘abaratar’ un producto para que se lo utilice sin conciencia y, sobre todo, se beneficien los más ricos, mientras la mayoría de la población se estanca entre la mala calidad de los servicios públicos y la falta de estrategias para generar capacidades.
Los subsidios se mantienen porque la narrativa instalada está llena de mentiras. No protegen a los países de la inflación, ni están pensados en los más débiles, ni son justos ni, mucho menos, derechos adquiridos. Lo real es que las cuentas deben pagarse y el dinero para ellos sale de todos: una parte pequeña de quienes los consumen y la enorme mayoría viene de los que no se benefician. Ellos, los que no tienen autos, ni piscinas, ni grandes cocinas, también pagan, ya sea a través de sus impuestos o de lo que dejan de recibir del Estado. La verdad que callan dirigentes y políticos irresponsables es que con este esquema los pobres subsidian a los ricos.
Y no solo hay mentiras detrás de su defensa, sino también perversión. Si hubiésemos eliminado el subsidio al diésel desde que entramos en dolarización hasta este año, el Estado habría dispuesto de 36.000 millones de dólares adicionales a valor presente. Si se suman los otros combustibles, al menos serían 75.000 millones de dólares, suficiente para aplicar políticas que reduzcan la extrema pobreza casi a cero. Esto lo saben los cachiporreros de la desestabilización, pero propiciar políticas responsables es un pésimo negocio político para ellos. Viven del caos, levantando el puño izquierdo al son de las consignas, mientras la otra mano se estrecha en conveniencia de acciones con la impunidad y la delincuencia.
El presidente ha tomado una decisión valiente y generosa, pues pone en juego todo su capital político en defensa de una política ética y correcta que, sin perjuicio de reparos que se puedan tener en otras áreas, hay que sostener. Los chantajes y la violencia de quienes se alimentan de la miseria no pueden triunfar esta vez.