Andrés Isch: Libertad

Mi abuelo, idealista y lector incansable, me legó su mayor enseñanza: la libertad como eje de vida, lucha y pensamiento
Mi abuelo era poco convencional para su época. No era el prototipo de hombre duro, como la mayoría que se había forjado en los inicios del siglo XX; por el contrario, era bondadoso, tímido e idealista. Ávido lector, compulsivamente anotaba reflexiones en cada uno de los libros de su enorme biblioteca para después trasladar esas ideas en sus propios escritos y sentencias.
No tengo ningún recuerdo de él leyéndome un cuento infantil pero sí de haber pasado largos momentos juntos mientras me contaba fragmentos de los clásicos griegos o me leía libros con reflexiones filosóficas y políticas que las adaptaba para mi entendimiento de niño.
Siempre supe que su presencia me marcó en aspectos evidentes, como en la decisión de estudiar derecho o el amor por la lectura, pero no fue sino hasta hace poco que me di cuenta del más importante hilo conductor de cada una de sus enseñanzas: la libertad. Desde sus gustos más banales, como las historietas de Kalimán o las películas de Cantinflas, hasta sus referentes históricos como Churchill, la libertad estaba siempre presente como la esencia y fin del ser humano.
La libertad entendida como condición natural pero nunca asumida como perpetua, sino reclamada permanentemente a través de la expresión de dignidad del espíritu. La libertad como garantía de los derechos individuales y también como legitimación para la existencia de los estados.
Un bien público insustituible, como lo describe Alfredo Pérez Guerrero: “No se puede sacrificar la libertad por ningún bien, por ninguna promesa de pan o de paz o de justicia, porque ese pan tendría amargura de veneno, esa paz sería de muerte, y esa justicia no sería justicia humana ni tendría sentido”.
Nuestros abuelos valoraban la libertad porque estuvieron ante los ojos de dictadores y tiranos. Lucharon y se sacrificaron por ella porque entendieron que la vida no es vida sin la capacidad de existir con un pensamiento propio, con una voz que pueda levantarse sin miedo. Nosotros estamos obligados a mirar al pasado y a mirar a el sufrimiento de países hermanos para aprender a defenderla.