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Andrés Isch | Esta Navidad

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Esta Navidad me sentiré profundamente agradecido de las risas y sonrisas que se riegan en el hogar

Estrés, tumultos, mensajes en cadena que desbordan cursilería … Hasta hace unos años era así como yo sentía a la Navidad, como una época caótica que evidenciaba la hipocresía de quienes predican, pero no practican. Siendo ateo, tampoco tenía interés en el significado espiritual de la celebración ni en sus rituales. Todo esto cambió al convertirme en papá, pues dejó de tratarse de mi sentir para convertirse, nuevamente, en un momento para todos. Poder compartir momentos en los que la ilusión de estas personitas transforma cualquier problema en una nimiedad, es un lujo. La suerte de tenerles en mi vida es la vida misma.

He estado reflexionando los últimos días en cómo compaginan estos sentimientos con los principios judeocristianos de la Navidad, con la consolidación de la familia y, sobre todo, la supremacía de la dignidad humana partiendo de la regla de oro: “Por esto, todo cuanto quieran que los hombres les hagan, así también hagan ustedes con ellos, porque esta es la ley y los profetas”. Creo, cada vez con más firmeza, que estas ideas son la base fundamental que nos ha permitido tener los mejores índices de bienestar en la historia de la humanidad por una razón esencial: al universalizar los valores también universalizamos el compromiso con quienes más lo necesitan.

Es difícil imaginar un mundo en el que podamos tener nociones acertadas de lo correcto si no hay conexión con el núcleo familiar y una profunda y real vergüenza por fallarles a nuestros hijos. O donde podamos hallar una ética que no solo separe en lo teórico a los delincuentes de los honestos, sino que les dé la fuerza a estos últimos para enfrentar la maldad y la barbarie. La cultura judeocristiana, con todos sus errores y más allá de si nos identificamos o no con su aspecto religioso, ha sido un faro para todos quienes hemos tenido la fortuna de nacer dentro de ella.

Por todo ello, esta Navidad me sentiré profundamente agradecido de las risas y sonrisas que se riegan en el hogar, de los abrazos con mi esposa y nuestros pequeños, de tener cerca su corazón y de la paz que me da que aún hay muchos, muchos más, con los que ellos se pueden identificar a través de la bondad.