Andrés Isch | Derecho a la verdad
La esperanza de este país es que la verdad nunca muere, sólo se encapsula hasta que el valor y la decencia liberen sus alas
La verdad, en su concepción, va más allá de un atributo ético para convertirse en una ineludible condición para el avance de las sociedades. Necesaria para crecer, para formar tejido social; necesaria para sobrevivir. Es indisoluble de la democracia, pues la fundamentación de esta viene de un acuerdo transparente de quiénes queremos ser y hacia dónde vamos: “cada progreso material o moral se ha debido al descubrimiento de una verdad nueva, más amplia y más alta que las anteriores”, como lo explica Alfredo Pérez Guerrero.
Por esto es por lo que una nación que se precie de serlo no puede sucumbir ante la impunidad. La oscuridad, especialmente cuando se trata de delitos graves y aquellos de lesa humanidad, no sólo afecta a las víctimas sino a la ciudadanía en su conjunto. La confianza en el otro se entrelaza con la confianza en las instituciones y la seguridad que estas nos dan de que podremos resolver nuestros conflictos de manera pacífica. Cuando se traiciona la verdad de manera sistemática también se traiciona el futuro, pues nos condenamos a un fraccionamiento tribal sin posibilidad de construir objetivos en común.
La contaminación de la justicia por parte del crimen organizado es una gran nube de engaños que ataca a los mismos cimientos del sistema. De la forma más burda, hasta dramática, esto se ve en el caso de Fernando Villavicencio, crimen que se reedita con cada mentira construida para proteger a sus perpetradores. Asquea la colusión de mafiosos, políticos y voceros que coordinadamente lanzan lodo contra su imagen, contra adversarios que nada tienen que ver con el hecho o incluso contra sus hijas, cuando es precisamente a ellas a quienes más interesa que la luz alumbre la historia para poder encontrar algo de alivio a su dolor. Asquea, además, el cinismo con el que buscan lavarse la cara y dar lecciones de decencia.
Dentro de ese fango contaminado por niveles de maldad que una persona normal no terminará nunca de entender, está atrapada la realidad. La esperanza de este país es que la verdad nunca muere, sólo se encapsula hasta que el valor y la decencia logren liberar sus alas y dejarla volar. Ecuador tiene derecho a la verdad.