El valor de la vida

Pero existen valores permanentes: un nombre respetable, un ejemplo de buenas costumbres y hábitos positivos, una vida ética, una herencia de servicio.

Nuestra existencia en esta vida es muy corta. Nadie tiene la fórmula de la supervivencia. Nuestros días están contados. Pasamos por el mundo sin pensar que tendremos un fin. No estamos libres de una muerte súbita, una fatal enfermedad o un trágico accidente. No se trata de obsesionarnos con la muerte, pero sí tener claro que debemos vivir el presente con intensidad, sabiendo “estar” en cada momento, disfrutar las cosas sencillas pero valiosas, expresar nuestros sentimientos de aprecio y cariño a los seres que nos importan. Dejar huellas positivas en nuestro entorno, hacer todo eso que tengo pendiente por resolver y que es importante para mi familia; saber perdonar y no guardar rencores. El día que ya no estemos todo va a continuar su rumbo, no somos imprescindibles. Lo óptimo sería que nuestros descendientes nos recuerden cómo seres humanos honestos, honorables, magnánimos, decentes. Ese será el mayor legado que podemos dejar a nuestra familia y el mejor ejemplo para nuestros hijos. El dinero y bienes materiales son útiles, pero intrascendentes. Hemos visto grandes fortunas desaparecer. Muchos bienes se devalúan con el tiempo porque el mercado cambia imprevistamente. La fama y el poder también pueden ser muy efímeros. Pero existen valores permanentes: un nombre respetable, un ejemplo de buenas costumbres y hábitos positivos, una vida ética, una herencia de servicio.

Dra. Esperanza Rendón de González