Retrotrayendo momentos de oro

Por ello nos congratula cada año el Festival de la calle Córdova, porque evoca y renueva lo guardado de nuestra guayaquileñidad

Por una visita familiar en casa de mi abuela, General Córdova y J. Mendiburu, frente a la Quinta Piedad, pasamos la noche del 11 de octubre. A eso de las 7 de la mañana escuchamos a todo volumen, por alto parlante el bolero En la palma de la mano, cantado por Leo Marini. La repetían sin cesar, como preámbulo a la fiesta de conmemoración del Descubrimiento de América. Se armonizaron juegos, cundió la alegría, la risa, el baile, los festejos, fraternizándose la unión entre los pobladores de esa zona norte del Guayaquil romántico. En mi mente quedaron grabados aquel sano momento de esparcimiento y aquellas dos calles: Córdoba y Mendiburu, donde se ubicaba como centro de encuentro una carnicería en cuya fachada frontal pendía un gran letrero que decía: La fortaleza de Mendiburu. Dos o tres metros más allá, como dirigiéndose al callejón Molina, se situaba una carbonería, sitio de reuniones improvisado de amas de casa por el aprovisionamiento de ese combustible vegetal. Pared con pared con la carbonería se encontraba la cantina de Cholo Bienvenido, que se jactaba de poseer “una de las mejores rocolas musicales del puerto”, dotada del repertorio de la Sonora Matancera, Benny Moore, Bienvenido Granda, entre otros. Esta cantina tenía muchísima clientela. La frecuentaban estibadores de los muelles del Guayas, quienes en ocasiones tenían que aguardar horas para lograr ocupar una mesa y disfrutar de heladas pilsener y malta. Por ello nos congratula cada año el Festival de la calle Córdova, porque evoca y renueva lo guardado de nuestra guayaquileñidad.

César A. Jijón Sánchez