Hacia una pedagogía del terror

No solo se aprende en las aulas

No es de extrañar que cada quien recuerde una historia de terrorismo pedagógico. Los abusos de modos autoritarios, exigencias de compras de materiales, tipos de acoso y hasta abuso sexual van quedando grabados en las mentes, casi siempre escondidos, sin respuesta alguna.

Los relatos van desde actitudes despóticas hasta casos de abuso sexual, que ahora suelen ser tímidamente sancionados; sin embargo, el abuso emocional como forma de violencia puede pasar desapercibido aun cuando tiene efectos devastadores a corto o mediano plazo, por el estrés generado. Esto es parte de la mala calidad de la educación en todos los niveles, en lo público o lo privado. No se puede ocultar, tampoco negarlo.

Pero no solo se aprende en las aulas. La sociedad y sus comunidades se tornan responsables de la vida en grupo. Ya no es un rostro conocido el que inspira pavor o espanto por sus actitudes groseras y atentatorias contra el normal bienestar personal. Caras y grupos desconocidos con protervos fines se acurrucan en las sombras del anonimato en una sociedad que ilusionada creyó en los milagros de la permisividad, por el exceso de tolerancia ante el crimen y, sobre todo, la desprotección de quienes estuvieron en la obligación de responsabilizarse por un mínimo bienestar colectivo.

Eso es lo que produce el miedo, y de ese temor se benefician grupúsculos ínfimos que se aprovecharon de esas decisiones endebles y desacertadas que nos están conduciendo a la aplicación de una pedagogía del terror como sistema no formal de convivencia, en un Estado salpicado de corrupción y desesperanza.

Dr. Ricardo López González