Cartas de lectores | El Nuevo Ecuador
Su triste y dañina historia bastan para justificar su desaparición
El presidente Noboa en su discurso inaugural nos instó a trabajar por un nuevo Ecuador con optimismo y decisión. Nadie que se sienta ecuatoriano discrepará de este cometido. Dejemos atrás el vernos como enemigos, dividirnos entre buenos y malos; pensemos seriamente en cómo servimos a la patria y no en cómo servirnos de ella. Dejemos atrás la hipocresía y enfrentemos el futuro con energía, pasión y honestidad. La reforma política es urgente. No podemos seguir con más de 200 partidos o agrupaciones políticas que se venden al mejor postor. Los ecuatorianos no debemos financiar aventureros ni figuretes. Tiene razón el presidente al pedir que se elimine el apoyo estatal, que según el CNE, supera los $ 200 millones. Aunque parezca imposible, podríamos tener éxito si las ayudas se entregan solo tras las elecciones, y si el partido que no obtenga al menos 5 % de los votos es automáticamente eliminado del registro del CNE y, por tanto, no reciba ayuda estatal. Los GAD, que de autónomos tienen poco, pues dependen del gobierno central -es decir, de los impuestos de todos-, deben rendir cuentas claras del uso de esos fondos. Poco se sabe sobre ese manejo. No recuerdo haber oído que se suspendan fiestas por aniversarios provinciales o cantonales, mientras a diario falta agua potable, alcantarillado, las aguas servidas van al río o al mar, y calles y parques están en ruinas. Y todo se justifica con que no se recibe a tiempo los aportes del Gobierno central, es decir, de todos nosotros. El IESS está al borde del colapso. La expectativa de vida en los años 30 no superaba los 47 años; hoy, gracias a vacunas, medicina y mejoras en la calidad de vida, supera los 74. Es motivo suficiente para emprender sin demora un estudio técnico e integral sobre cómo enfrentar esta realidad. Si sumamos medidas populistas, inconsultas y hasta criminales tomadas por el inefable prófugo de Bélgica y sus 40 edecanes, la urgencia se vuelve crítica. El Código del Trabajo fue creado en condiciones culturales, educacionales y laborales muy distintas. Su actualización es urgente, asegurando un camino claro y alcanzable para que el trabajador acceda a mejor vida para él y su familia. Esto debe incluir los derechos de ambas partes contratantes, pero también sus obligaciones. Soñar no cuesta nada. El éxito sería completo si eliminamos de una vez por todas el Consejo de la Judicatura y el Cpccs. Su triste y dañina historia bastan para justificar su desaparición.
Alberto Rosales Ramos