Cartas de lectores | ¡Ay pena, penita, pena!
Queda un mal sabor en la boca y un sabor a iniquidad en el alma…
La Justicia envainó su espada, se quitó la venda de los ojos y favoreció a los ‘pesados’ en el platillo de la balanza. Los que cayeron en manos de la justicia, después de haber servido con total sumisión y ciega obsecuencia a la delincuencia, dicen así: “soy un ser humano, me equivoqué, vivimos en un mundo perverso, caí en la tentación”. Basta con estas pocas frases, sinceras o no, para que la justicia los premie con penas de entre quince meses y tres años, además de la devolución de unos pocos billetes de los que se beneficiaron en forma corrupta. Ellos, los beneficiarios de la lenidad de las leyes, eran la mano derecha de los peores delincuentes, actuaban como sus abogados, contadores, cómplices, testaferros, asesores, encubridores y protectores. También liberaban peligrosos sicarios, ladrones y delincuentes que hasta ahora siguen atormentando a la sociedad, les devolvieron a los facinerosos los bienes mal habidos y les pasaban información confidencial a sus patrones, favoreciendo al terrorismo, la violencia y la injusticia. De esta forma, algunos aceptaron sus culpas, se acogieron a procedimientos abreviados, unos se beneficiaron por su cooperación eficaz y otros se convirtieron en delatores. Formaron una larga fila los delincuentes arrepentidos; no se sabe si volverán a caer en las redes del mal o se acogerán a las virtudes del trabajo honrado. ¡Hay penas que dan pena! Se barrunta que el castigo no es proporcional al delito cometido. Queda un mal sabor en la boca y un sabor a iniquidad en el alma…
Gustavo Vela Ycaza