Cartas de lectores: Reflexiones salidas del corazón de una feliz abuela

Eso me obliga a envejecer con la alegría del deber cumplido

Allí en su dormitorio, con su optimismo de siempre y sus libros de oración, está la abuelita Martha, orando con gran fervor. Es dueña de su familia, crió a sus hijas como tesoros de Dios.

-Su abuelo y yo formamos un lindo hogar, donde Jesús y María fueron siempre huéspedes de honor. Desde la eternidad, su abuelito Rigo nos sigue amando y cuidando hasta volvernos a encontrar.

Tres de sus tesoros le han dado 8 ramitas, de ese árbol que ella plantó con amor; eran solo semillas regadas con ternura. Tiene nietos y bisnietos que la miran con cariño, y por ellos reza para que tengan a Dios en el corazón. Es compañera, amiga y confidente en el dolor; guía para sus hijas y ejemplo constante.

-Abuela, dime el secreto de la dulzura de tu voz, de tu sonrisa que el viento no marchitó, de cómo sentirse feliz... ¿Será que, como tú dices, Cristo está siempre en ti?

-Sí, mi nieto preguntón. Y también siento a María, quien me da confianza para seguirla, unida a la cruz.

Fueron nietos pequeñitos, ahora ya mayorcitos; trato de ayudarlos con sinceros consejitos. No fui abuela severa, los disfruté cuanto pude, me recordarán alegre, entusiasta y conversona. Jugábamos, reíamos, cantábamos, bailábamos. Les contaba cuentos, lo hacía con amor. Ahora les confío un secreto: nadie iguala los consejos de una abuela; es el pilar invisible de su casa. No escuchará aplausos, pero será lámpara encendida en la noche oscura. 

Mi rosario diario es mi fiel compañero, es mirar a Jesús con los ojos de María. Recuerden que: “donde hay una madre y una abuela que ora, hay una familia que puede renacer”. A mis hijas, nietos y bisnietos los tengo siempre presentes; mañana y noche los visualizo protegidos por una mano divina. Dios les dio padres y abuelos piadosos para ser luz, testigos, y puente de salvación para sus familias. Tener una abuelita piadosa es importante: es nuestra primera maestra, profesora de amor, doctora en sentimientos. Algún día faltará, por eso hay que darle ayuda y amor mientras viva. La mejor recompensa es que sus descendientes también lo sean, pues la fe y la oración son el sostén de la vida espiritual en todo hogar cristiano. La vida de su abuelita Martha es un regalo de Dios. Eso me obliga a envejecer con la alegría del deber cumplido. Tras un nuevo cumpleaños, sigo diciendo con orgullo: “yo no tengo edad, lo que tengo es vida”.

Martha Reclat de Ortiz