Cartas de lectores | ¡En el Ecuador la salud permanece enferma!
El diagnóstico del sistema público y del IESS es claro: escasez crónica, anemia presupuestaria y fiebre de indiferencia
En Ecuador, enfermarse se ha convertido en un acto de fe, una mezcla entre esperanza celestial y resistencia humana. Es como jugar ruleta rusa: uno nunca sabe si saldrá con diagnóstico, medicina o con una cita para dentro de tres o seis meses. Aun así, seguimos creyendo que todo tendrá un final feliz, aunque el cuerpo diga lo contrario. En este país, la salud no solo es un derecho constitucional, sino un deporte extremo que implica hacer malabares para conseguir una cita con un especialista, una cirugía o la medicina recetada. Si uno logra obtener una cita y el médico está presente, ya se siente bendecido; y si además recibe la medicina, es un milagro. Mientras tanto, los hospitales privados parecen un universo paralelo, donde el aire acondicionado y la atención funcionan sin drama: el paciente sale con diagnóstico, tratamiento y un apretón de manos. Allí nadie espera meses; lo único que esperan es la factura. Entre esa pulcritud del sistema privado y las salas abarrotadas del sistema público y del IESS se evidencia una realidad dolorosamente cómica. En Ecuador, solo se curan quienes pueden pagarlo. Los demás resisten, sobreviven y se automedican con el poco optimismo que les queda. En los hospitales públicos, las recetas se vuelven piezas de colección: uno recibe un listado que parece poema -paracetamol, loratadina, omeprazol, ibuprofeno- pero al llegar a la farmacia todo cambia cuando escuchamos el clásico ‘no hay’. Esa frase ya es patrimonio cultural de nuestra salud. Y aunque el sistema se cae a pedazos, existen profesionales que siguen atendiendo con una sonrisa que vale más que cualquier medicina. Porque el verdadero milagro ecuatoriano no está en los fármacos, sino en el personal médico que lucha contra la escasez, la burocracia, el olvido y la corrupción.
El diagnóstico del sistema público y del IESS es claro: escasez crónica, anemia presupuestaria y fiebre de indiferencia. Pero no todo está perdido. A pesar del caos, hay profesionales que trabajan sin descanso, médicos que atienden con el corazón y pacientes que, entre dolores y risas, esperan que algún día las cosas mejoren. En el fondo, la salud no solo se cura con medicinas, sino con dignidad. No se trata de pedir milagros, sino de exigir humanidad. Que los hospitales públicos y del IESS sean lugares de alivio y no de resignación. Porque, aunque la salud en Ecuador está enferma, el corazón del pueblo aún late fuerte por un país diferente.
Mario Vargas Ochoa