Cartas de lectores: “El infierno que espera a los jueces”
Que recuerden que los castigos literarios son simbólicos, pero la pérdida de legitimidad y de reputación, esa sí es eterna
En tiempos en que la confianza ciudadana en la justicia se evapora cada día con más rapidez es oportuno recordarles a ciertos jueces -no a todos, solo a los que se reconozcan en el espejo- que en el infierno, imaginado por Dante, existe un lugar diseñado para ellos, reservado a quienes se sentaron en el estrado para impartir justicia y terminaron impartiendo favores, venganzas o silencios.
Dante sabía que pocas cosas corrompen tanto como la toga. Por eso dedicó el octavo círculo del Infierno a los que traicionaron la confianza pública desde sus cargos. Y ahí, entre fosos, brea hirviendo y capas de plomo dorado, ubicó a jueces que torcieron la ley no por error, sino por conveniencia. Un recordatorio literario -pero profundamente político- de que nada resulta tan infame como convertir la justicia en una transacción.
En el quinto foso, los barateros -antecesores medievales del juez que “vende” una sentencia- hierven en oscura brea mientras demonios los empujan de vuelta cada vez que intentan asomar la cabeza. Es una escena grotesca que describe a los corruptos judiciales que siempre intentan salir a respirar respetabilidad hasta que la verdad los hunde otra vez. Esos horribles castigos no los merecen solamente porque vendieron una sentencia: vendieron la idea misma de justicia.
En la vida moderna, un juez corrupto ya no carga una capa de plomo: carga titulares, memes y ‘trending topics’. Ya no hierve en brea: hierve en sospechas, audios filtrados, mensajes interceptados, favores indebidos y decisiones injustas. Ya no es arrastrado por demonios: lo arrastra el descrédito eterno. Y eso sí es un infierno.
Por eso vale la pena repetirlo, con toda claridad: un juez que no falla de manera justa, independiente y sin aceptar presiones no solo viola la ley; traiciona la estructura moral que sostiene a la sociedad.
Y ese tipo de traición, desde Dante hasta hoy, jamás quedó sin castigo.
Ojalá los magistrados que hoy sienten que pueden jugar con la justicia sin que les pase nada lean a Dante. O, en su defecto, que recuerden que los castigos literarios son simbólicos, pero la pérdida de legitimidad y de reputación, esa sí es eterna.
Esteban García