No es carnaval, es Semana Santa

La abuela nos decía que la Semana Santa era de reflexión y respeto; no se podía incurrir en faltas, ni siquiera en pensamiento. Enojarse o irritarse en estos días era hacerlo contra Jesús, y estaba completamente prohibido agredir, considerándose un Judas a todo el que lo hiciere, nombre que era coreado entre los niños contra quienes se comportaban mal. No se debía hacer absolutamente nada el Viernes Santo por respeto a la crucifixión de Jesús, que conllevó a un eclipse de sol durante el evento en las proximidades de Jerusalén, y un terremoto que se desencadenó partiendo las rocas al paso, llegando a rasgar las cortinas del Santuario (que tenían 20 m de altura y diez cm de espesor) en dos, permitiendo despertar a algunos santos de sus sepulcros. El respeto era tal que ni siquiera se podía realizar la tradicional fanesca, por lo que esta debía ser preparada el día anterior y convidarla en especial a los más necesitados. En la televisión, toda la semana se presentaban programas alusivos al tema y hasta la publicidad era respetuosa. Las películas eran tan bien seleccionadas que hasta se aprendía Historia; las obras redundaban en amor, respeto, justicia, verdad y solidaridad. Actualmente la Semana Santa es una semana como cualquier otra. Las ciudades inmersas en criminalidad continúan con cifras delincuenciales en aumento; los padres buscan entretenimiento, alcohol y demás excesos, en lugar de enseñar la meditación y reflexión a sus hijos; la televisión desculturiza a las masas, las anega de agresión, ambición y vanidad; unos realizan escandalosas fiestas. Semana Santa hoy en día parecería otro carnaval o festival de la carne.

Johanna Reyes Lasso