El alma sana de Ángel Oyola

Exhorto al Concejo Cantonal de Guayaquil a perennizar su memoria bautizando con su nombre una calle de la ciudad

Oí mencionar al tenor Ángel Oyola desde muy niño; mis padres narraban constantemente que él cantó el Ave María de Schubert el día que se casaron. El consagrado tenor cantaba en las misas de los lunes a la que asistíamos los alumnos del colegio Cristóbal Colón y los domingos en la misma iglesia ubicada en el barrio del Centenario. Fue ejemplo de sencillez, pues pese a ser ampliamente conocido y apreciado por los guayaquileños, mantenía una actitud modesta y discreta. Ya adulto lo traté más de cerca, pues mantenía una profunda amistad con mi tío Guido Garay. Pero fue en 2004, cuando ocupé el cargo de director de Comunicación y RR. PP. de la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas, que lo conocí plenamente. Nunca dejó de sorprenderme pues sin importar la hora, distancia o lo extenso del programa, Angelito llegaba con anticipación. Siempre usaba terno, nunca lucía cansado y tenía una conducción pausada, controlada. El 12 de marzo se apagó su voz y Guayaquil se entristeció. Él, más que una voz fue un alma sana, buena; jamás lo escuché expresarse mal de nadie. Ángel fue un ser admirable, con un nivel de desapego a lo material; ameno, franco, dispuesto a colaborar sin recibir nada a cambio. Nos representó dentro y fuera de Ecuador, dejando nuestro país siempre en alto. Exhorto al Concejo Cantonal de Guayaquil a perennizar su memoria bautizando con su nombre una calle de la ciudad y que allí los guayaquileños nos reunamos a cantar Granada a todo pulmón, para que Ángel Oyola nos escuche hasta el cielo.

Gustavo A. Rivadeneira