
De Niro en Barbuda: 210 millones para un resort en la playa favorita de Lady Di
La inversión millonaria de De Niro en Barbuda promete exclusividad y precios premium, pero crea tensión con la comunidad
Robert De Niro vuelve a mezclar cine y negocios: a sus 82 años, el veterano actor y copropietario de la marca Nobu invierte en Barbuda con un ambicioso complejo de lujo que transforma la playa Princesa Diana en un nuevo destino para la élite.
El proyecto, comunicado recientemente por diversos medios, plantea un resort pequeño y exclusivo que reconfigura la relación entre celebridad, turismo de lujo y comunidad local.
Inversión millonaria y plan de obra: cifras que llaman la atención
La operación contempla una inversión multimillonaria. Algunos informes citan más de 246 millones de dólares para levantar el Nobu Beach Inn y una colección de villas privadas frente al mar en el sitio donde antes estuvo el K Club, arrasado por el huracán Irma en 2017.
La propiedad sobre la que trabaja la entidad fundada por De Niro fue adquirida bajo contrato de arrendamiento a largo plazo en 2015, e incluye cientos de hectáreas que prometen privacidad y escala al proyecto.
Lujo y producto: bungalós, villas y la propuesta gastronómica Nobu
La oferta prevista combina 36 habitaciones distribuidas en 17 bungalós con piscinas privadas.
A estas se suman 25 villas frente al mar puestas a la venta. Como es de suponerse, los precios de estas propiedades van desde varios millones hasta cifras reportadas en torno a los 12 millones de dólares por unidad.
El restaurante Nobu, ya operativo desde 2020 en la isla, anticipa el sello gastronómico que acompañará la experiencia: bacalao negro con miso, langosta local y propuestas de alta cocina marina con toques nikkei. Simplemente, delicias para el paladar más exigente.
En el discurso comercial, Barbuda se presenta como 'secret getaway', algo así como escapadas secretas, para un público con un muy alto poder adquisitivo.
De actor a magnate: la estrategia hospitality de De Niro
La trayectoria empresarial de De Niro arranca décadas atrás: desde Tribeca Grill hasta la asociación global de Nobu Hospitality, que hoy suma hoteles, restaurantes y residencias. Para el actor, invertir en Barbuda no es solo un negocio; es también un proyecto personal.
El doblemente ganador del Óscar tiene una residencia en la isla y supervisa personalmente los planos y la decoración, según sus declaraciones en entrevistas recientes. Su apuesta combina experiencia de marca con deseo de crear un refugio que, en sus palabras, “siempre le pareció especial”.
Controversia y voces locales: ¿desarrollo o apropiación?
No obstante, el proyecto despierta críticas. Organizaciones y periodistas han señalado que la reapertura del terreno tras el huracán y las reformas en la legislación de Barbuda facilitaron arrendamientos y desarrollos que algunos locales califican de “land grab” o apropiación, y advierten sobre riesgos para la comunidad, la cultura y el ecosistema insular.
Ambientalistas y colectivos barbudanos exigen mayor transparencia y garantías de beneficios reales para la población. El debate, por tanto, no es solo urbanístico sino también ético.
¿Para quién se construye Barbuda? El mercado detrás del proyecto
El perfil de cliente apuntado por el Nobu Beach Inn es claro: viajes privados en helicóptero o yate, villas de lujo en venta y tarifas nocturnas de alto nivel. Algunos medios han citado desde 2.500 dólares por noche como referencia para alojamientos premium.
Si bien es un modelo que funciona globalmente y que ofrece exclusividad, servicio curado y gastronomía de marca, también exige hidráulica, conectividad y mano de obra local capacitada. La pregunta que ronda es si ese modelo será capaz de integrarse sin fracturar el tejido social.
Balance: glamour y responsabilidad social en tensión
Robert De Niro aporta prestigio mediático y experiencia empresarial; Barbuda gana proyección internacional y promesas de empleo e inversión. Pero la ecuación tiene aristas: sostenibilidad ambiental, derechos sobre la tierra y el impacto cultural deben manejarse con rigor para que la inversión no se interprete como una usurpación del patrimonio comunitario.
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