
“El mejor vino está por venir”: La promesa que dejó el papa a Ecuador
Francisco habló en 2015 sobre la esperanza, el amor en familia un mensaje que hoy cobra más sentido tras su partida
El papa Francisco ya no está entre nosotros. Su fallecimiento este 21 de abril de 2025 marca el cierre de una etapa histórica para la Iglesia Católica, pero su voz y sus enseñanzas permanecen. Y si hay un mensaje que Ecuador no debería olvidar, es aquel que pronunció hace casi una década, en el Parque Samanes de Guayaquil.

Cuando falta el vino en casa...
Aquel 6 de julio de 2015, Francisco no eligió una homilía rebuscada. Prefirió el Evangelio de las Bodas de Caná, una historia sencilla, de una boda, de una madre preocupada y de un hijo dispuesto a transformar lo ordinario en extraordinario. Allí, cuando el vino se acabó, Jesús convirtió el agua de las tinajas en el mejor vino de la celebración. Pero lo que el Papa hizo en Ecuador fue mucho más que relatar un pasaje bíblico: convirtió esa escena en una metáfora poderosa para las familias locales.
Francisco habló de ese vino como símbolo de alegría, amor y abundancia, y cómo en muchos hogares ese vino se ha perdido. Dijo, con la sencillez de quien comprende las realidades cotidianas, que hay adolescentes que perciben que en sus casas hace rato que ya no hay de ese vino, que hay mujeres solas preguntándose cuándo el amor se les fue de las manos, ancianos arrinconados, padres agobiados y niños que crecen sin ternura.
Hoy, cuando Ecuador enfrenta su periodo más violento, polarizado y doloroso, esas palabras golpean con fuerza. Los hogares han cambiado la risa por el miedo, y las mesas familiares se llenan más de noticias trágicas que de anécdotas felices.
Pero incluso entonces, como en Caná, hay una madre que está atenta y un milagro posible. Esa fue la enseñanza del Papa: no ignorar la falta de vino, sino detectarla, rezar, actuar y dejar que Dios también obre.

Familia: el hospital, la escuela, el refugio
rancisco recordó que la familia es el primer hospital, la primera escuela y el refugio más seguro. Donde se aprende a decir gracias, a pedir perdón, a escuchar, a convivir. Donde los errores no condenan, sino enseñan, y donde nadie es descartado.
Contó cómo su propia madre, al ser preguntada a cuál de sus cinco hijos quería más, levantó su mano y dijo: “Como los dedos, si me pinchan este me duele igual que si me pinchan este”. Así deben ser los hogares y, por extensión, las sociedades: sin hijos favoritos, sin hermanos abandonados, sin compatriotas descartables.
Y aunque en las bodas de Caná el mejor vino se sirvió al final, lo más revelador fue que ese milagro nació de las tinajas donde todos habían dejado su pecado, de lo impuro, de lo que parecía inútil. Así, Francisco nos enseñó que en nuestras familias y en nuestra sociedad nada ni nadie es desechable. Que de los momentos más oscuros pueden surgir los cambios más luminosos.
Que las crisis familiares, los conflictos sociales y los tiempos de desesperanza son, precisamente, las aguas que Dios puede transformar en vino bueno.
Papa Francisco
“El mejor vino está por venir”
La frase que quedó tatuada en quienes lo escucharon ese día fue clara:
“El mejor vino está por venir”.
Francisco pidió que esa promesa se murmurara hasta creérsela, que se repitiera a los desesperados, a los enfermos, a los endeudados, a los que han perdido hijos, a quienes ya no creen en su país ni en sus líderes.
Porque aunque todas las estadísticas, variables y titulares digan lo contrario, siempre existe la posibilidad del milagro para quien se arriesga al amor. Y Ecuador, en su dolor actual, no debería olvidar esa promesa.
Hoy, tras la partida del Papa Francisco, esa homilía es un legado espiritual, social y humano. No importa cuán rotas estén nuestras tinajas, cuán vacías las mesas, ni cuán largo el camino. Hay vino nuevo en camino. Para las familias que luchan, para los hermanos que se reconcilian, para los jóvenes que deciden quedarse y resistir, para los ancianos que esperan una palabra de ternura, para el país que aún puede levantarse.
Porque el mejor vino está por venir.
Y como Francisco pidió: susurrémoslo a quienes hoy beben desalientos. Repitámoslo hasta creerlo. Porque no es una frase bonita de homilía, es una promesa. Una que sigue viva.
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