
Misión: envejecer con glamour, con dignidad y sin bisturí
Un guiño al universo de Misión Imposible, con ironía y mensaje claro: envejecer no es un enemigo, es una causa propia
Yo crecí con Tom. No recuerdo cuál fue la primera película en la que vi su intensa mirada, ni cuándo lo vi corriendo, perseguido por villanos rusos, siempre sonriente, con unos dientes tan blancos que una sospecha que se cepilla con cloro. Lo que sí recuerdo es haberme enamorado como principiante de una estrella de Hollywood.
Y aquí estoy, décadas después, esperando cada nueva ‘Misión Imposible’ como si fuera la segunda venida de Cristo, viendo las anteriores como quien repasa las fotos del ex antes de ir a la reunión del colegio. Pero entre maratones y suspiros, me he topado con una verdad que no se puede maquillar ni con filtro de Instagram, luego de 30 años de saga, ¡mi Tom está viejo!
Claro, viejo, pero no vencido. El hombre está como whisky añejo: más costoso y más sabroso. Tiene sus buenos sesenta encima, pero todavía se lanza en paracaídas y corre por los techos. Yo, en cambio, me siento una diosa sin bótox y sin bisturí, aunque con un poco de tinte porque -vamos a estar claras- una cosa es ser sabia y otra parecer la abuela de Gandalf.
¿Por qué le tememos tanto a envejecer? Las arrugas, mis queridas, no son un castigo: son nuestras medallas. Las arrugas permiten que quien nos mira y nos escucha pueda leer el lenguaje no verbal que, muchas veces, dice más que nuestras propias palabras.
Son los mapas de las risas en sobremesas eternas, de los amores que nos rompieron y nos reconstruyeron, de las veces que dijimos “¡ya no más!” y luego dijimos “bueno, una vez más”.
Y sí, hay quienes se rellenan la cara, con tanto bótox que no pueden ni fruncir el ceño cuando el marido se aparece con flores sospechosas. Pero luego se ponen escotes a lo Kardashian que claman juventud, mientras el cuello y las manos gritan “¡señora, siéntese!”.
Envejecer no es una tragedia. Tragedia es no tener historias que contar… o peor, no poder contarlas por tanto bótox.
Rubia sin botox
¿Cuánto tiempo más tendremos un Tom Cruise que se lance en avión o que corra por su vida? No lo sé, lo que sí sé es que yo pretendo envejecer con gracia y dignidad. Eso sí, poniéndole un poco de color a mi cabellera ya emblanquecida, ¡porque vieja, pero rubia!
Y mientras Tom siga corriendo, yo también seguiré. No detrás de él, claro, que ya me duelen las rodillas. Pero sí corriendo hacia una vejez vivida, con carcajadas, con memorias y, si se puede, con un poquito de iluminador.
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