Vuelven los bandidos
En París -sobre esto nos ilustra Víctor Hugo en su novela Nuestra Señora de París, donde aparece con toda su fealdad y deformidad el jorobado Quasimodo- funcionaba, y posiblemente no haya perdido su vigencia, la llamada “corte de los milagros”. Allí la flor y nata de delincuencia francesa, unida a la mendicidad que inventaba recursos para pedir sus caridades, tenía su sede, que se la consideraba milagrosa porque los sordos oían, los mudos hablaban, los cojos corrían y los mancos maniobraban sus extremidades superiores.
Es de imaginarse que esta corte se viene repitiendo a través del tiempo en todas las ciudades del mundo, con la particularidad de que se afirma que hay urbes seguras, libres del peligro de asaltos y cuchilladas, como pueden ser Estocolmo y La Habana. Pero la presencia de los “bandidos” (que en el argot de los jóvenes quiteños se enfrentan a los “chullas”, cuando no compiten con ellos) es inagotable y los tenemos haciendo de las suyas no solamente al amparo de las oscuridades nocturnas sino que también, muchas veces, en claro y con sol y hasta en pleno centro. Sin dejar de anotar que el uso de las motocicletas, vehículos rápidos y pequeños, permite que asesinos y ladrones actúen dentro del tiempo mínimo que ponga a los agresores a salvo de la intervención policial.
En Guayaquil la acción delictiva se ha manifestado no solo en los robos tradicionales sino también en acciones que perjudican a más de una o dos personas, pues, a la misma comunidad, como lo prueba el robo que se ha hecho de los bustos que se colocaron en importantes avenidas para rendir homenaje a ciudadanos distinguidos, con el fin de aprovechar el bronce; la sustracción de los alambres del sistema de telefonía fija, para aprovechar, asimismo, el cobre; y la sustracción de material de los puentes, inhabilitando, a los que unen a Guayaquil y Durán con la isla Santay, para aprovechar el aluminio.
Completando este panorama no muy grato tenemos el sicariato, que es una moda que importamos de Colombia; el feminicidio, que se da con una frecuencia casi cotidiana; el narcotráfico, que amenaza, sobre todo, a nuestra juventud al inducirla al vicio, y los frecuentes crímenes en la penitenciaría.