Voz de la Iglesia en la politica

La Iglesia católica no es política. Su participación activa en la época garciana y su activismo ideológico del siglo XIX y parte del XX solo se registran y constan en las páginas de la historia. Desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días ha tenido y asumido importantes roles para arbitrar en los diversos conflictos sociopolíticos del país, especialmente en las situaciones de crisis, convulsión y enfrentamiento que se han dado entre los diferentes sectores económicos, sociales, políticos, ideológicos, e incluso militares, referidos a los destinos de la nación.

En este nuevo accionar influyeron mucho para el cambio hacia la actitud mediadora de la Iglesia católica del Ecuador: el Concilio Vaticano II (1962-65) y Puebla (1979). Así, esta importante institución comenzó a tener una relación más directa con la nación, sobre todo en lo social, para darle seguimiento a las diferentes situaciones, procesos y eventos que directa o indirectamente viven y enfrentan los distintos actores ideológicos y políticos del país.

En esta fase preelectoral es importante su voz, porque la Iglesia no tiene interés político alguno en esta contienda. No obstante, dada la condición del país, de tener mayoría católica, es valioso que uno de sus prelados haya expresado acertados juicios sobre el actual momento.

En entrevista de prensa, el obispo de Guayaquil dijo que: “Primero, nos preocupa que en esta campaña electoral aparezcan tensiones o conflictos, que un grupo ataque o descalifique a otro, que se cree un ambiente adverso, de enfrentamientos. Nuestro pedido es que se respete el derecho a disentir... Queremos que se rescate el valor del diálogo, poder compartir y expresar la diversidad de puntos de vista para llegar a acuerdos entre partidos de todos los colores y banderas. Y segundo, esperamos que los planes de gobierno respondan a las necesidades reales de las personas en temas de salud, educación, vivienda, desempleo, adicciones...”.

Aunque esto no es todo lo que se puede decir, expone ideas adecuadas para que se entienda que en la política hay adversarios y no enemigos. También la imperiosa necesidad de que los programas contengan soluciones a los problemas reales del país y la ciudadanía, y no falsas promesas. En este sentido es válido el aporte de la Iglesia y su prelado.